sábado, 21 de abril de 2012

20 de abril. CUANDO SE NUBLA EL ALMA


En la vida, como en la meteorología, hay días que parece que amanecen nublados (independientemente de que, por fuera, brille más o menos el Sol).

Esos días en los que vas viviendo y relacionándote, como siempre, pero parece que todo el que te encuentras es un negro nubarrón que amenaza tormenta: te vas  dando cuenta de que uno está más sensible que de costumbre; que aquél  está enfadado y no sabes por qué; vas andando por la calle y “te salpican” los charcos que revientan al paso furioso de  otro…. Tienes la sensación de que, casi sin percibirlo,  te van chispeando malos humos, poco a poco,  hasta que acabas calado; como si  el mundo entero se hubiese vuelto gris; y tú mismo acabas dejándote teñir un poco de ese color.

Lo primero que te preguntas entonces es ¡¿qué pasa hoy?! Después se te ocurre pensar si tú mismo serás el causante de lo que ocurre, si eres el que está provocando esas malas caras… y lo más fácil es que acabes creyendo que todo lo haces mal y que no sirves para nada.



Así me levantaba yo hoy, con ese panorama sombrío y las mismas dudas en el corazón… pero me he negado en rotundo a ser parte de ese paisaje triste. Estoy convencido del poder transformador de cada persona y, mi convencimiento se acentúa en este tiempo de Pascua, en estos días de luz.

Lo fácil es dejarse llevar por el desánimo, pero me he planteado que era necesario ser luz; que yo –como cada uno de nosotros-  podía ser como ese rayo de Sol que se filtra, a través del cielo más oscuro, para acariciarte la cara y el corazón; para anunciarte que tras ese techo opaco, brilla el Sol con toda su energía y color.

Así que me he decidido  a “contratacar” con paciencia, perdón, humildad, alegría… no sé si a los demás les habrá servido de algo, espero que sí; pero lo cierto es que el “clima” de mi hoy se ha ido volviendo más cálido y apacible.



Nuestra fe no puede condicionarse a que las circunstancias resulten favorables; a que el entorno nos lo facilite. Ser testigo del resucitado es una forma de ser, de vivir, de afrontar todas y cada una de las circunstancias que  se nos presenten… de hacerlo con la valentía y la fuerza del amor.




Vivir la resurrección es eso, reflejar la luz de Cristo, la que recibimos en nuestro bautismo y, probablemente, eso sea más necesario que nunca cuando todo se pone triste, difícil, oscuro…es entonces cuando más falta y con más evidencia puede brillar esa luz.

Cuando la vida se nos nubla y nos pone mala cara, en realidad, lo que nos está presentando, es una oportunidad única para responder con la mejor de nuestras sonrisas.

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