Tengo una amiga entrañable que, recientemente ha superado un cáncer de mama. Todos los que la queremos hemos sido testigos del temor de los principios; del sufrimiento de la lucha; de las esperanzas; las decepciones; de la victoria final y, sobre todo, de la fe con la que ella se ha enfrentado a todo.
Hoy se me ha hecho más tarde que de costumbre, porque hemos estado viendo las fotos y los videos que ha hecho en un viaje que ha realizado con una asociación de mujeres que viven la misma situación.
Me ha entusiasmado verlas disfrutando, cantar, bailar y pasarlo bien. Descubrirlas tan fuertes, llenas de tanta fuerza y energía me sobrecoge, me ensancha el corazón, de tal forma, que ahora sólo puedo pensar en ¡qué grande es el ser humano! ¡qué tremenda la vida abriéndose paso!, la vida conquistando vida.
Evidentemente, como creyente, tengo la certeza de que –nos demos cuenta o no- siempre es el mismo Jesucristo el que sostiene y anima cada una de nuestras batallas, el responsable de que la vitalidad resulte imparable… pero también sé que eso no puede hacerlo sin nosotros, sin cada hombre o mujer.
Ese ser que, a veces, protagoniza las mayores salvajadas; es verdaderamente humano cuando se convierte en milagro; cuando hace de su existencia un anuncio de la propia nobleza de cada persona.
Los videos que he visto esta noche, deberían abrir mañana todos los telediarios del mundo; las portadas de cada periódico debería hacernos sensibles a cada milagro de nuestro alrededor: a cada niño que abre los ojos y se engulle el mundo; a cada familia que sale adelante, a pesar de todo; cada anciano que sabe soñar; cada enfermo que pelea y anima a los demás; cada pobre que sonríe; cada joven que dice “sí”… dejaríamos así de vivir a la defensiva y bajo mínimos, para abrir de par en par las puertas de nuestro ser y bebernos todas las horas.
Porque esta Tierra, nosotros mismos, no somos como nos dicen los medios de comunicación; somos infinitamente más hermosos… aún no nos hemos enterado del todo ni de los primeros pasajes de la Biblia: ¡somos imagen de Dios!
Gracias a Dios por todos los que –como hoy ha hecho mi amiga- nos lo recuerdan con su propia experiencia.
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