Hoy no se ha interrumpido la feria, no se han apagado las luces, ni se ha
atenuado la música, pero sí lo han hecho en mi interior. Las circunstancias me
han llevado en este día a acompañar distintos dolores; a hacerme presente en
varios dramas personales y familiares que siguen estando ahí, con toda su crudeza…
aunque parezca que el resto del mundo está de fiesta.
Ante todo le doy las gracias a Dios por la sacudida que me ha dado hoy, por
espabilarme y permitirme coger esa una mano que, a pesar de tanta debilidad,
lucha por seguir viviendo; por poder abrazar los hombros en los que se había
hundido la cabeza de un amigo…
La vida es luchar, con más o menos intensidad, según el momento; siempre
supone une esfuerzo por seguir adelante, por levantarse de las caídas, por
abrir caminos nuevos, por poder ver en medio de la oscuridad… es así, difícil
para todos.
Pero a veces, las palizas de la vida son tan grandes, caemos en fosos tan
profundos que nos parece que todo se ha acabado; que todo está perdido, que ya
no hay futuro…
Cuando, personas que están en situaciones así, acuden a mí, es cuando más poca
cosa me siento; más temo no tener respuestas, no saber qué decir; pero sé que,
precisamente para esas circunstancias, para estar en medio de ese dolor, me
llamó el Señor; para eso me hice fraile; a todas esas personas es a las que
quiero entregar la vida.
Así que acudo, acobardado y titubeante, pero confiando en mi Dios, me
acerco a esos lechos de dolor… y, en el instante en que miro a esa gente a los
ojos; siento cómo los ama Dios y se apodera de mí su ternura…
Pero, ¿cómo comunicar, cómo hacer llegar a quien está sufriendo de esa
manera, que Dios está con ellos? ¿Qué con Él no hay final, nada que nos pueda
vencer?
Reconozco que no lo sé… pero una cosa sí que tengo clara, algo que sí está
en nuestras manos: podemos estar nosotros ahí, a su lado, acompañando, sirviendo,
amando… lo demás ya es cosa de Él.
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