Este es el dibujo que hemos utilizado este año para decorar el cirio pascual de la parroquia.
La luz de Cristo resucitado que preside, de una u otra forma, todas las celebraciones de esta comunidad; en definitiva, la luz del amor todopoderoso.
Suelo hablar mucho del amor -o mejor dicho- lo hago casi siempre, pero a la vez, normalmente me asalta la sospecha de que, quien me oye o lee, pueda creer que me refiero a algo puramente sentimental o edulcorado.
Es posible también que podamos creer que ya amamos, que ya hay y damos suficiente amor en nuestra vida… yo mismo he podido llegar a creer eso en demasiadas ocasiones.
Sin embargo, estos días atrás en los que he intensificado la oración y la reflexión personal; en los que he repasado mi vida ante los ojos de Dios me he dado cuenta de muchas de las carencias de mi corazón… de muchos de mis numerosos errores.
Y es que el amor, el de verdad, es mucho más que simple sentimiento: es también opción, exigencia, apuesta… No amamos del todo si nos preguntamos para qué sirve ese amor, si lo vivimos con reservas, si esperamos que dé frutos o ser correspondidos.
¿Para qué sirvió la entrega de Jesucristo? Preguntaba el diablo en una película que vi el otro día: ¿para qué morir? ¿por qué sufrir o arriesgarse? ¡tu entrega, Jesús, no servirá de nada! Los hombres se matarán y harán toda clase de injusticias en tu nombre ( y entonces le mostraba los crímenes de las cruzadas, la inquisición…)
Justo esa era la tentación que a mí me venía rondando desde hacía semanas ¿sirve para algo lo que hago? ¿por qué seguir esforzándome y dejándome el pellejo, si después el personal no termina de comprometerse; se pelean a la primera de cambio; no se quieren entender; el ego de cada uno choca con el de al lado…?
Pero entonces, el Jesús de la peli, respondía algo así como que la razón de su obediencia no era la utilidad que eso pudiese tener, sino que confiaba en que así se mostraría, a toda la humanidad, la grandeza del amor de Dios.
Me quedé con aquella escena, por medio de la cual Dios estaba ofreciéndome las respuestas que buscaba. Caí en que, como me suele pasar, el problema estaba en mí; que no me estaba dando como yo quería y creía que hacía; que aún podía crecer mucho en el amor…
Esa posibilidad, ese nuevo horizonte que se abría ante mis ojos, me renovó en la esperanza y la ilusión.
Todos -siempre- podemos amar más y mejor: con las personas que nos rodean podemos purificar el amor; con cada día que se despierta podemos encontrar nuevas gentes a las que amar; hermanos olvidados que nos están esperando…
Esa es la luz del Cristo triunfante, la de la Pascua, la que ilumina nuestro camino: la luz del amor.
El cirio pascual habrá quedado precioso, igual que la reflexión de este día que nos da mucho que pensar, mucho que renovar, mucho que mejorar y mucho más amor que dar.
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