Normalmente, vivo estos días con cierto sentimiento de “resaca”: tras las experiencias intensas que siempre suponen los días de Semana Santa, llego hasta aquí cansado pero pletórico y muy satisfecho, con la falsa sensación de que esto fuese el final de algo…
Pero, como este año todo ha sido diferente, estoy saboreando este tiempo de forma distinta también.
Porque la resurrección no es un final ni un desenlace, es un principio: el principio de todo ¡¡Hay que volver a Galilea!! Donde todo comenzó.
La resurrección de Cristo supone una perspectiva radicalmente nueva de la vida y el mundo; nos presenta lo que persiste en el tiempo y lo que no; dónde está el triunfo y dónde el fracaso; dónde la felicidad…
Y resulta que nada de eso está en las cosas y los afanes en los que las personas solemos dejarnos la piel, sino en todo lo contrario….
Este año veo con más claridad que nunca que la Pascua es el regalo inmenso que reconduce nuestras vidas hacia la Vida; la oportunidad de seguir viviendo lo mismo de siempre pero de un modo totalmente nuevo; completamente transformados… para siempre
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