A cuento de la conversión de San Pablo, que se nos ofrecía desde la primera
lectura de ayer, he estado pensando acerca de algunas de nuestras actitudes de
hoy.
Saulo no fue nunca mala persona, él creía estar sirviendo a Dios, lo
buscaba y se entregaba con pasión a esa búsqueda... igual que tras “caerse del
caballo”. El cambio residió en el rostro de Dios que contemplaba.
No era cierta la fe que en el pasado lo empujó a perseguir, a condenar, a
aprisionar, a hacer daño a los otros; tuvo que dejarse abrir los ojos para ver
a Jesús resucitado, una cara completamente distinta del Señor, la auténtica.
Con frecuencia, los creyentes de hoy, nos confundimos y volvemos a ese Dios
falso, al de Saulo, al que endurece el corazón, y perece que nos obsesionamos
con un par de ideas; nos volcamos con ellas; utilizamos lenguajes duros que
hieren a mucha gente; provocamos escándalo y sufrimiento… y así es imposible
anunciar el Reino.
Es cierto que debemos ser valientes, que vivimos a contracorriente, que no
podemos ir a la deriva de las modas y según los valores (o la falta de ellos)
que pueda imperar en cada momento, pero ¿no solemos poner esa valentía en cosas
que no son las importantes? ¿no creamos demasiada polémica con asuntos de los
que la Escritura, prácticamente, no se ocupa? ¿no deberíamos mejor alzar la voz para defender la justicia, la
dignidad del ser humano; para denunciar las violencias de los más poderosos?
Es como si estuviésemos empeñados en ganar batallas que, en el fondo, no
son las de la fe, sino las propias, las que responden a nuestros propios
intereses; mientras olvidamos lo fundamental. Olvidamos la luz de Dios bajo la
mesa; ensordecemos ante los lamentos de esa mayoría de la humanidad que vive
sometida a la miseria; sonreímos al faraón, mientras nos obstinamos en acusar y
condenar, con la linternilla del propio estatus, de la demostración del poder y
la influencia, a los que no son como queremos o al que se equivocó una vez.
Aún tenemos demasiadas “escamas” en los ojos de nuestra fe, y es cosa de
todos, de cada cristiano, el construir una Iglesia más descabalgada, más
compasiva y misericordiosa, más pobre y más valiente con lo que, de verdad,
importa.
Gracias por lo que nos regala cada dia con tus comentarios
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