sábado, 28 de abril de 2012

28 de abril. LO QUE NOS URGE


A cuento de la conversión de San Pablo, que se nos ofrecía desde la primera lectura de ayer, he estado pensando acerca de algunas de nuestras actitudes de hoy.

Saulo no fue nunca mala persona, él creía estar sirviendo a Dios, lo buscaba y se entregaba con pasión a esa búsqueda... igual que tras “caerse del caballo”. El cambio residió en el rostro de Dios que contemplaba.

No era cierta la fe que en el pasado lo empujó a perseguir, a condenar, a aprisionar, a hacer daño a los otros; tuvo que dejarse abrir los ojos para ver a Jesús resucitado, una cara completamente distinta del Señor, la auténtica.

Con frecuencia, los creyentes de hoy, nos confundimos y volvemos a ese Dios falso, al de Saulo, al que endurece el corazón, y perece que nos obsesionamos con un par de ideas; nos volcamos con ellas; utilizamos lenguajes duros que hieren a mucha gente; provocamos escándalo y sufrimiento… y así es imposible anunciar el Reino.

Es cierto que debemos ser valientes, que vivimos a contracorriente, que no podemos ir a la deriva de las modas y según los valores (o la falta de ellos) que pueda imperar en cada momento, pero ¿no solemos poner esa valentía en cosas que no son las importantes? ¿no creamos demasiada polémica con asuntos de los que la Escritura, prácticamente, no se ocupa? ¿no deberíamos mejor  alzar la voz para defender la justicia, la dignidad del ser humano; para denunciar las violencias de los más poderosos?




Es como si estuviésemos empeñados en ganar batallas que, en el fondo, no son las de la fe, sino las propias, las que responden a nuestros propios intereses; mientras olvidamos lo fundamental. Olvidamos la luz de Dios bajo la mesa; ensordecemos ante los lamentos de esa mayoría de la humanidad que vive sometida a la miseria; sonreímos al faraón, mientras nos obstinamos en acusar y condenar, con la linternilla del propio estatus, de la demostración del poder y la influencia, a los que no son como queremos o al que se equivocó una vez.

Aún tenemos demasiadas “escamas” en los ojos de nuestra fe, y es cosa de todos, de cada cristiano, el construir una Iglesia más descabalgada, más compasiva y misericordiosa, más pobre y más valiente con lo que, de verdad, importa.

1 comentario:

  1. M Victoria Hermoso29 de abril de 2012, 22:52

    Gracias por lo que nos regala cada dia con tus comentarios

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