Como hoy es domingo, puede que a la mayoría de la gente le haya pasado
inadvertido que hoy celebramos a Santa Catalina de Siena; pero yo, como
dominico, no puedo ni quiero olvidarme de esta gran mujer y hermana nuestra.
Son muchísimas las cosas que habría que decir de ella, pero hoy, en
particular, quiero centrarme en el papel que fue capaz de desempeñar en el
mundo y en la Iglesia.
Es fácil imaginarse lo poquita cosa que una mujer podía ser en aquél
entonces, en pleno siglo XIV; la insignificancia de una joven (murió con 33
años) que ni siquiera era religiosa en aquella sociedad. Sin embargo, esta
laica dominica fue capaz de reconocer las equivocaciones que en su mundo se
cometían; las graves heridas que padecía su Iglesia; los errores del papado… y
no sólo los reconoció, sino que se atrevió a denunciarlos y a enfrentarse a
todos ellos.
Una sencilla mujer, analfabeta que, valientemente, trató con papas y príncipes y contribuyo
decisivamente en la reforma de todo aquel desastre.
El secreto de Catalina, la fuerza y el sentido de su misión y predicación,
fue su estrecha intimidad con el Señor.
Sólo así es posible no tener miedo, perseverar al final; es la única
manera de no perdernos, de no enredarnos en luchas personales; en lograr sueños
e ideales que sólo son nuestros y no de Dios… de trabajar sin romper la
comunión y sin hacer daño a nadie.
Si ella pudo, ¿Por qué no nosotros? ¿Por qué esperar que los cambios o las
adaptaciones vengan desde arriba, de los otros? ¿ Qué es lo que hoy nos pide Dios?
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