Este domingo ha sido uno de esos días en los que me han pasado tantas cosas
bonitas; en los que se han multiplicado tanto los sentimientos, que no sabía muy bien sobre qué escribir…
Sin embargo, en la misa de la tarde, mientras estaba predicando, entre los
montones de pensamientos que se me suelen pasar por la cabeza, había uno que
aparecía con una intensidad reveladora y que, probablemente, estaba vinculado a
todo lo vivido.
A raíz del Evangelio de hoy; de esa aparición del resucitado, que nos dice
que Él no es un fantasma, que come con nosotros
y nos invita a tocarlo; decía que,
aunque el descubrimiento de ese Cristo vivo es siempre un acto de fe, si el
evangelista acentuaba tanto la realidad de la resurrección, era para hacernos entender
algo que aún no nos ha entrado en la
cabeza: que la posibilidad de ser uno con Jesús no era algo lejano, un sueño
inasequible o una vaga esperanza ,sino algo una posibilidad cierta y posible para todos nosotros.
Ha sido a partir de ahí, cuando se me ha ocurrido que era un error pensar
que ya somos cristianos, creer que es algo hecho, que ya lo tenemos y que nos
resulta de utilidad para disfrutar o superar lo que se vaya presentando en la
vida…. Que, a lo mejor, es más correcto convencernos de que “estamos siendo”
cristianos; supongo que así no nos apalancaríamos tan fácilmente y tendríamos
mucho más presente el dinamismo que exige la fe; nuestro seguimiento de Jesús
dejaría de ser algo que tenemos “ahí” y a lo que recurrimos en función de como
nos venga la existencia y pasaría a ser, lo que debe ser: el elemento de
nuestro ser que determinara nuestra
forma de existir.
La vida de un creyente no debería ser como la de cualquier otra persona, pero
con la herramienta “extra” de la fe…nuestro día a día puede ser radicalmente
distinto, un desarrollo constante, un crecimiento pleno, que aprovecha todo lo
que ocurre alrededor, para ahondar más las raíces en Dios y extender las ramas
y nuestros frutos a los hermanos… una, continuamente saciada, sed de vida y
resurrección.
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