sábado, 5 de noviembre de 2011

4 de noviembre. DE MUDANZA

Estoy de mudanza, bueno, si se  puede llamar así a lo que estoy haciendo, que sólo es cambiarme de habitación, porque en la que tenía no hay teléfono.
Lo único que hay que hacer es moverlo todo unos metros de pasillo más allá, pero llevo empeñado en eso todo el día y mañana habrá que continuar con ello.

El caso es que esta labor me está dando mucho que pensar, de un traslado se puede extraer toda una lección de vida.

Te encuentras con cosas que ni sabías que tenías; pequeños detallitos que despiertan en tu interior grandes recuerdos; manchas en la pared que se escondían tras una estantería; miles de papeles que creíste importantes y que, en realidad no sirven para nada; libros prestados que se te ha olvidado devolver; montones de cachivaches que solo son útiles para acumular polvo; suciedad insospechada en rincones desconocidos; antiguallas completamente nuevas y actuales…

Se me ocurría que mi celda era como yo; como casi toda la gente, imagino. Todos, a lo largo de los años, vamos guardando dentro de nosotros muchas experiencias, sentimientos, proyectos, recuerdos, heridas… vamos viviendo y acumulando todo eso en el corazón. De vez en cuando, es necesario pararse a tratar de poner orden en nuestro equipaje personal: revisar lo que sentimos, reconocer  aquellos rencores que ya no tienen sentido; alimentar las ilusiones y colocarlas en un sitio privilegiado; retirar el polvo de todo aquello a lo que ya nos hemos acostumbrado y vivimos rutinariamente; hacernos conscientes de los sucios rincones que albergamos; recuperar las cosas importantes que se nos habían olvidado y poner orden en la trama de relaciones que lo vincula todo… distinguir entre lo que tiene valor y lo que no.

Lo más probable es que, como yo en mi cuarto, nos demos cuenta de que, la mayoría de esos elementos que se nos amontonaban, ya nos sobran y que lo mejor es despojarse de ellos.

Siempre fui de los que lo guardaban todo, pero en la vida religiosa, con la cantidad de veces que tenemos que cambiar de convento y el reducido espacio del que disponemos, uno se da cuenta de la cantidad de tonterías que llevamos a cuestas y aprende a desprenderse de ellas, ¡al menos de las materiales!

Pero la lección verdaderamente importante es la que nos enseña a limpiarnos y ordenarnos por dentro también, y esa aún la tengo por aprender, me temo.



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