El otro día escuché a alguien decir que uno sólo es mayor cuando tiene todas las edades, y la idea me encantó…espero que aún me falten muchas edades pero esa, la de la juventud, sí la tengo, aunque el carnet de identidad ya no diga lo mismo (mi DNI está lleno de mentiras)
Un hermano mío escribió que la juventud es como un duermevela, ese tiempo en el que los sueños te inundan a la vez que empiezas a ser consciente de todo; cuando no sabes bien si tu apasionamiento por la vida es sueño o realidad; que es el momento en el que Dios se va colando en tu vida, poquito a poco, para no violentarte, para que no te asustes más de la cuenta… que luego, depende de cada uno, que eso se quede sólo en una ilusión juvenil, algo bello que pudo ser pero no fue; o en una realidad estable que te acompañe para siempre; una seducción que llenará todos tus días.
La juventud es la época de la vocación, cuando la tierra del corazón y de la mente está abierta a la semilla de lo posible, a la novedad, a la magia del Reino. Puedes experimentarla con quince, dieciocho o sesenta años; si lo has hecho de verdad, si no se te ha escapado entre los dedos, siempre es presente; no pasa, no puede hacerlo: se tiene para siempre y, con el tiempo, la vas acompañando y enriqueciendo con otras edades. Porque la vocación, la mía y la tuya, siempre es nueva; cada mañana, al despertar, hay que decir que sí otra vez, y siempre como la primera vez.
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