A veces se encuentra uno con personas que han estado toda su vida cerca de la Iglesia, que la han conocido bien, con sus grandezas y sus miserias; que han estudiado la Palabra de Dios; que han pertenecido a grupos, incluso que practican la religión y reciben los sacramentos… que siempre han tenido al Señor llamando a la puerta de sus vidas.
Pero son personas sin alegría, que sufren y existen sin terminar de encontrar del todo el sentido de nada; que, a pesar, de la insistencia de Dios, no han debido ser capaces de abrirle la entrada del todo. Si lo hubiesen hecho, las cosas serían distintas, gozarían de esa alegría que no te puede quitar ningún problema ni sufrimiento; caminarían a la luz de su sentido.
Ciertamente, ninguno puede decir que haya sido capaz de hacerlo por completo; posiblemente lo vayamos haciendo despacito, tímida y progresivamente (a nuestro Dios no le falta paciencia), pero, a poco que vayamos abriendo la puerta, Él se cuela y se queda para siempre.
Hoy he estado con una de esas gentes sin un auténtico rumbo, que aún tienen a Jesucristo llamando e intentando llegar hasta ellos… tenemos que asumir la responsabilidad que cada creyente, con nuestros antitestimonios, tenemos en esas puertas cerradas, pero, de la misma forma hay que saber que son muchos los pestillos y cerrojos que cada cual pone en su cerradura.
Quien tiene la puerta cerrada, nunca arriesgó, nunca se sumergió en las aguas del Reino, quizás porque nada le pareció lo suficientemente bueno, o seguro, o digno de fiar… excusas que nos damos a nosotros mismos para justificarnos en nuestros miedos, egoísmos y falsas seguridades.
Porque abrir la puerta siempre es un riesgo, puede que con el Maestro se cuele alguien más: algún pobre que viene con Él y que incomoda nuestra satisfacción porque nos pide parte de lo que tenemos; un anciano solitario que necesite charlar durante un partido o la novela de televisión; un transeúnte que ponga en entredicho nuestra reputación…o un fuego que nos obligue a levantarnos del sofá en el que dormitamos.
Abrir la puerta es también ver el mundo, descubrir horizontes, recibir la invitación a salir de lo conocido y hacernos vagabundos del Evangelio.
Así es la propuesta que nos hace la fe, no se trata de saber, ver o palpar antes de optar; es abrir la puerta, aceptar el desafío y arriesgarse; incorporarse al Reino… Quien da su vida la encuentra, quien abre su puerta deja entrar a Jesús para que él te saque de ti mismo, de la limitación de las cuatro paredes de siempre y te abra a la grandeza del mundo, del ser humano y de ti mismo; pero hay que hacerlo a ciegas, fiarse, para, a partir de ahí, ir encontrando la luz, la alegría y la Verdad.
¡Cuánta verdad encierran tus palabras de hoy! ¡Cómo nos resistimos a veces a abrir esa puerta! Y cuando nos decidimos a abrirla, aunque sólo sea una rendija, cuánto bien nos proporciona: seguridad, paz, confianza, alegría (incluso para sobrellevar los contratiempos),solidaridad, comprensión........, yo lo resumiría en más amor hacia tu prójimo, buenas acciones y por tanto más felicidad para ti en tu interior. ¡gracias por tus reflexiones diarias! ¡Me hacen tanto bien....!
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