El día no podía haber empezado peor. Me levanté temprano, dispuesto a darle un buen tute a un trabajo que ya tenía que estar terminado cuando llaman a mi puerta: con la cabeza en el estudio, había sufrido un mal entendido y tenía a toda la feligresía que llevaba un buen rato esperando en la puerta de la Iglesia.
Muerto de vergüenza, me he deshecho en disculpas con ellos y hemos celebrado la eucaristía. Todos me han dicho que no me preocupara, que no pasaba nada, pero yo ya estaba suficientemente enfadado conmigo mismo.
Esa molestia ha estado presente casi toda la mañana y no me ha dejado concentrarme demasiado; no paraba de torturarme pensando que por qué tenía que ser así de despistado; repitiéndome que no servía para nada; que cómo había sido tan irresponsable…
La cosa ha empezado a cambiar después de comer, al llegar a buscarme unos amigos de toda la vida con sus hijos; querían que me fuese a la feria con ellos.
Hemos estado juntos un ratillo muy bueno; disfrutando de amistad de la buena, de la que se ha forjado a base de años y crecimiento. Pero lo mejor ha sido que yo, que nunca me he hecho famoso por mi fuerza de voluntad, he sido capaz de resistir la tentación, mantenerme en mi intención de encerrarme y quedarme en casa trabajando.
A partir de ese momento me sentía orgulloso de mí mismo y me felicitaba por aquella pequeña conquista; por el poquito de terreno que le había ganado a la debilidad.
Una vez más compruebo que, como en el hábito dominicano, en esta vida las cosas, las personas, no son ni blancas ni negras, sino que vivimos en esa tensión constante. Lo que creemos que es una virtud, en un momento determinado puede resultar ser un defecto y al revés… no deberíamos ser tan aficionados a etiquetar lo que somos porque, además de hacernos daño a nosotros mismos, cerramos puertas a la vida.
Creer en la resurrección es también creer en el ser humano, creer en uno mismo; saber que Dios apaga nuestra oscuridad, que es capaz de hacer brillar lo mejor de cada uno… confiar en que, con Él a nuestro lado, todo es posible; todo está a nuestro alcance; que, pese a las flaquezas de nuestro interior, no hay nada de lo que no podamos ser capaces junto a Dios.
No me despido sin recordar a San Vicente Ferrer, que hoy lo hemos celebrado. Para mí es un personaje que siempre tendrá una importancia especial, porque -más allá de su vida y ejemplo- he vivido cuatro años en su casa natal y allí me han pasado algunas de las cosas más importantes de mi vida... así que ahí va otro dibujito.
(para conocer más sobre san Vicente:
No hay comentarios:
Publicar un comentario