Hoy he tenido una charla con los padres de los alumnos de un colegio. La hora era “impeorable”, a las 3, 30 de la tarde (y encima la directora me ha echado a mí la culpa); el calor propio de estas tierras ya se ha instalado entre nosotros y era sofocante… pero, a pesar de todo, he salido muy contento de ese rato compartido.
El interés de la gran mayoría (porque era inevitable que alguno dormitara un poco), su participación, sus ganas, el cariño que me han mostrado sin conocerme… son la mejor recompensa al trabajo realizado.
Hablábamos del sacramento de la reconciliación, entendido como un reconocimiento de la propia debilidad, de la necesidad que tenemos de Dios, de la fiesta de su abrazo de misericordia.
Reconciliación y unidad, humildad y amor frente a la división, la enemistad y el rencor. Esto, unido a un video que, dolorosamente he visto hoy en internet, me hace pensar en el mundo de hoy.
Por un lado, en las iniciativas que van surgiendo en la sociedad y que tratan de agraviar la sensibilidad de los creyentes; no son muy significativas, pero reciben toda la cobertura mediática del mundo.
Por otro lado, pienso también en algunos pronunciamientos eclesiales que han sido ofensivos para otros colectivos; en el interés por recuperar influencias; en demostrar que aún tenemos poder, que somos muchos…
El corazón se me desmorona ante esa sensación que todo eso nos provoca; ese fantasma de la persecución que, algunos desde los dos lados, se empeñan en resucitar; se me parte el alma ante la actitud de ponerse a la defensiva ante el mundo y la sociedad.
No puedo evitar concluir que es mentira, la de los unos y la de los otros. La de los que dicen defender la pluralidad y la libertad desde la intolerancia y la opresión; la de los que creen que el evangelio tiene algo que ver con las puertas cerradas, el poder, la descalificación y el enfrentamiento.
Y pienso que nos hace mucha falta hacernos conscientes de que somos buscadores de la Verdad; que es urgente que busquemos plataformas de diálogo; porque, desde el Evangelio, necesitamos escuchar a los que parecen sentir tanto rencor por la fe, dialogar, intentar comprender; exponer nuestras creencias con respeto, sin querer imponerla; aceptar lo que, como Iglesia, hacemos mal y tratar de convertirnos; servir, en nuestro mundo, como vía de acercamiento, nunca de enemistad.
Sólo así podemos presentar a nuestros contemporáneos de forma coherente y creíble la buena noticia del amor y la unidad… es la única manera de presentar a los hombres y mujeres de hoy el rostro de Jesucristo (y no el nuestro).
¿A las 3:30h.? Bueno, supongo que todos sabían que la buena señora mintió al hacerte responsable de la hora, pues todos sabemos que "si quieres matar a un cura... quítale su siesta".
ResponderEliminarMe alegra leer que sí hubo participación, lo que me lleva a la esperanza de que todos estemos en disposición de reconciliarnos con nosotros, con nuestros hermanos y así juntos, con nuestro Padre Dios.