Hoy me he saltado el “encierro de trabajo” que me he autoimpuesto en estos días y me he escapado a la feria con mi familia. ¡Cómo he disfrutado! Es todo un espectáculo pasear por las calles del “real”; encontrarte con personas que hacía mil años que no veías, saborear la compañía de los tuyos, recordar también a los que otros años vivieron la fiesta contigo.
Y quería aclarar eso, porque, según veo, la entrada de hace un par de días ha generado una mini polémica en los comentarios. Me temo que igual no supe explicarme bien y al intentar expresar lo fugaces que son algunas de nuestras prioridades y expectativas frente a la eternidad del Amor, pude hacer pensar a alguien que lo cristiano y la fiesta no casan en mi opinión.
Desde aquí pido disculpas si mis palabras estaban mal empleadas y recalco que ¡me gusta la fiesta! (y un montón por cierto…); es más no puedo concebir la fe si ésta no nos lleva a descubrir que Dios es precisamente eso: celebración y alegría. ¡Se nos ha dado una fe que necesita celebrarse!
Simplemente desde lo humano, podemos ver que en las ocasiones festivas, compartimos la vida (lo habremos heredado de las comidas en la cultura judía); sacamos lo mejor de nosotros mismos y podemos saborear lo mejor de la creación.
Seguimos a un Señor que debió ser bien fiestero, que por algo le acusaban de “comilón y borracho”; que con mucha frecuencia recurría al ejemplo del festejo para hablar del Reino de Dios; que nos legó un resumen de toda su vida y mensaje en la celebración de una cena, en la Fiesta de la Pascua.
Casi siempre en mis dibujos trato de reflejar esa cara tan importante y tan olvidada de Jesús de Nazaret: su alegría, la sonrisa, el Señor de las fiestas.
El Evangelio nos invita a vivir la existencia entera precisamente así, como una fiesta definitiva, que no se agua por los problemas y sufrimientos que nos vengan, porque está bien cimentada en el Amor (el alma de cualquier celebración) y es un anticipo de la fiesta eterna de Dios.
No nos vale cualquier cosa, claro, que a veces se nos olvida que somos cristianos cuando llega el momento de la juerga. Yo lo paso mal si creo que mi diversión molesta el descanso de otros o cuando la risa pasa por encima del respeto al hermano... Normalmente nos acordamos de Dios en las dificultades, recurrimos a Él para afrontar lo duro del camino; pero es igual o más importante aún hacerlo en la bendición. Las cosas buenas, si no las vivimos desde el Padre- Madre de todos, también pueden destruirnos.
Supongo que existe una forma de pasarlo bien “en cristiano”; aquella que vive los buenos momentos desde la gratitud, sin absolutizarlos; la que nos motiva a acercarnos a la verdad del otro y a esforzarnos para que la fiesta alcance a los que –por cualquier razón- no disfrutan de ese júbilo.
Mi ciudad está de feria; las calles se llenan de caballos, flores, trajes de gitana o de coro; farolillos y luces de colores y yo, aunque esté cansado y tenga demasiado trabajo pendiente, como buen cristiano que quisiera ser algún día, me uno con todo el corazón a esa explosión de alegría.
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