Durante el fin de semana, estoy disfrutando de la visita de uno de mis más “grandes hermanos”. Esta tarde ha presidido él la eucaristía que me suele corresponder a mí, mientras que yo me he sentado entre la gente.
Me hacía falta saborear la eucaristía, así, relajado y sin los nervios que sufre una persona tan tímida como yo cuando está ante el público; además la figura del buen pastor me transmite muchas cosas, es el salmo que escogí para mi ordenación; para colmo, este fraile es muy grande predicando… de manera que he vivido una celebración muy intensa.
Una de las cosas en las que ha incidido de una forma preciosa y que a mí me ha llegado especialmente, ha sido en eso de que “el buen pastor conoce a todas las ovejas por su nombre y las ovejas conocen la voz del pastor”.
El verbo conocer, en el lenguaje bíblico, es sinónimo de amar; de forma que podemos decir que el Señor nos ama a cada uno, por nuestro nombre; tal y como somos, ama nuestras luces y también nuestras miserias… todo lo humano, todo lo nuestro es objeto de su amor. Es una idea que me parece tremenda; una convicción que revoluciona nuestra forma de vivir.
Como también lo es la segunda parte, por mucho que digamos que no, que no sabemos, que no lo encontramos, que no lo sentimos… en el fondo todos reconocemos su voz y sabemos lo que nos dice… lo que pasa es que igual nos hacemos “los suecos” y no queremos escuchar.
Su amor lo tenemos, correspondamos o no, un amor total que nos abraza íntegramente, amando hasta nuestros errores y miserias… la otra parte depende de nosotros, de que queramos dejarnos guiar hacia la Vida, ser de los suyos, parte del rebaño del buen Pastor.
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