miércoles, 25 de mayo de 2011

24 de mayo. ¿A QUÉ HUELE LA FELICIDAD?

Hoy los dominicos hemos celebrado el día de la Traslación de nuestro padre Santo Domingo. Es una de esas cosas, que me mueven por dentro, que bastan para alegrarme el día inevitablemente.
Después de la eucaristía de la mañana, he salido a comprar unos bollitos para desayunar, que la ocasión se merecía ese lujillo, y me sentía contento, muy contento.
No se trata únicamente de festejar la propia identidad, el “orgullo dominicano” que supongo que también; tampoco es sólo el que se evidencie nuestra fraternidad cuando recibes felicitaciones de los hermanos y hermanas de todas partes… creo que lo que me alegra más profundamente, en realidad, es la propia figura de nuestro fundador.
Cuando Domingo de Guzmán murió fue enterrado, según su deseo, en una tumba sencilla, en el suelo del claustro, a los pies de sus hermanos. Allí permaneció su cuerpo hasta que, los frailes fueron convencidos de que había que buscarle un lugar más adecuado. Ese acontecimiento es lo que recordamos hoy; dicen las crónicas que al descubrir la tumba, los frailes estaban temerosos ante la posibilidad de encontrarse con la corrupción del cuerpo del querido hermano, pero no fue así sino que este desprendió una dulce fragancia que embriagó a todos los presentes y se mantuvo durante mucho tiempo. El aroma de la santidad, de una vida llena de humanidad y de Dios.

La existencia de un hombre que no deja de maravillarme: en manos de Dios, fue capaz de una escalofriante visión de futuro y plantear alternativas; de replantear, renovar y enriquecer la vida eclesial; de acercarse íntimamente al corazón de las personas; de llevar al mundo, de forma significativa, la Palabra… de lograr que su fuego lo incendiara todo.
La figura de Santo Domingo aún continua perfumando a la Iglesia, sigue oliendo a tradición y modernidad, diálogo y participación, a libertad, pluralidad y comunión; a cercanía, a misericordia, compasión… a contemplación, a entrega y fraternidad; a Evangelio y a razón, a preguntas y a caminos; a búsquedas y tensión; bendición y alabanza…
Es la esencia que un buen día percibió mi olfato, la que mi nariz identificó con mi experiencia de Dios, la que me sedujo y enamora cada día más.
El perfume de tantos hermanos y hermanas, el de muchos siglos de historia, el del presente, el del mañana; la frescura  de la pasión que llegó a mi vida; de infinitas vivencias; de aprendizaje, caídas y crecimientos… de la entrega total y definitiva.
Si me preguntaran que a qué huele la felicidad, yo lo tengo claro: me huele a Evangelio y a Domingo de Guzmán.

3 comentarios:

  1. Muchas felicidades!!

    Ismael, OAR

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  2. También la Familia Dominicana de Valencia celebró ayer a Domingo de Guzmán. Uno de los textos de la Eucaristía hablaba de la unidad en la pluralidad. Fui aún más consciente de esa verdad tan importante para la Orden: jóvenes, seglares, frailes, hermanas, hermanos y hermanas adultos en la fe y en el seguimiento de Jesús al estilo de Domingo. Todos uno y todos diferentes. No sólo diferencia entre las distintas ramas, también la unicidad de cada persona, de cada un@ de los seguidores de Jesús. La vida de cada un@, su propia historia, su forma de enfrentarse a la cotidianidad cada día...
    En fin. Todos distintos y todos uno en ese "aroma de la Predicación".

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  3. Se pueden tener contratiempos... enfermedades... problemas... en tu vida y ser feliz.... sabiendo apreciar ese esencia que se desprende de Santo Domingo... del Evangelio... de Dios. Padezco algo de eso y soy feliz ¡que ese aroma nos envuelva siempre! ¡Felicidades a la familia dominicana!

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