(Como algunos habréis observado durante todo el día de ayer la página estuvo fuera de servicio y no pude subir la entrada correspondiente al jueves 12; además desapareció esta entrada del día 11 y sus comentarios. He vuelto a subirla, pero me temo que los comentarios no pueden recuperarse.)
Tristemente, esta noche todas nuestras pantallas se han vuelto a llenar de dolor. Tremendo lo que ha ocurrido en Lorca; poco hay que se pueda decir, aún sigo impresionado por las imágenes: la tierra de nuevo se nos muestra en toda su desmesura y el ser humano se descubre otra vez en su total fragilidad.Débiles, pero no indefensos; pequeños, pero nunca olvidados; sufrientes sí… jamás solos.
Ahí está Dios, sobre todo ahí, acogiendo a las víctimas en su abrazo infinito; sosteniendo y consolando a sus familias… mirándonos a nosotros en lo más profundo del corazón.
Tragedias como la de hoy nos presentan ferozmente el clamor de la humanidad doliente, el llanto de Dios; nos urgen a acoger de corazón al hermano en su desesperación y a reconocer a Cristo en cada lágrima, en los corazones desgarrados, en el silencio impotente…
En Japón, Murcia, en la puerta de casa, nos encontramos con esos ojos que apelan a lo más humano de nuestro ser; que nos despiertan del letargo que sufrimos en la comodidad del sofá; que no pueden ni deben dejar indiferente nuestra existencia.
No somos super hombres, lo sé; en nuestras manos no está la solución a todo el dolor, la injusticia y la violencia de este mundo, pero –al menos para mí- eso no es excusa de nada, ni una justificación que me permita desviar la mirada y continuar como si nada; con mucho más de todo de lo que necesito.
La misericordia, la compasión, la fraternidad… el Reino puede ser un estilo de vida; el mío, el tuyo… ¡el nuestro! Y es un grito mucho más fuerte que cualquier otro.
Es la respuesta que Dios nos ofrece ante el sinsentido.
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