Si me preguntaran que cual es el colectivo más olvidado de nuestra sociedad no sabría decantarme por uno, la verdad es que son muchos y todos están tan apartados, como aparentando que no existen…
Esta mañana la he pasado entera cerca de uno de esos grupos de personas y además de haber pasado unas horas preciosas, me ha dado mucho que pensar, me ha cuestionado profundamente en mis planteamientos de vida y evangelio.
Después ha llegado la tarde, he ido a un colegio a celebrar por primera vez el sacramento de la reconciliación con los niños que van a recibir su primera comunión, a pesar de los calores, había mucha gente y lo hemos hecho en dos turnos.
¡Cómo me gusta trabajar con los niños!, venían nerviositos perdidos y yo les gastaba bromas para relajarlos y que comprendiesen que no había que asustarse, que todo lo contrario, que tenían que estar alegres porque la reconciliación es como volver a una fiesta grande a la que no habíamos podido llegar porque nos habíamos equivocado de camino.
Dos realidades muy diferentes, la de la exclusión por la mañana y luego hablarles a los chavales (que gracias a Dios ya no son los últimos de la sociedad como lo eran en tiempos de Jesús) de la alegría y de la fiesta de Dios.
He tenido que salir corriendo del colegio (como siempre) porque no llegaba a la misa de ocho en la parroquia, y mientras tanto, pensaba en eso, en la forma de articular las dos cosas, la alegría profunda en el Señor y las innumerables situaciones de injusticia y dolor en las que están inmersas los seres humanos.
Y cuando llego a casa y me dispongo a preparar la eucaristía, caigo en la cuenta de que hoy celebrábamos la visitación de María a Isabel y que, en el Evangelio de hoy, se nos regalaba el Magnificat: cántico de alegría y solidaridad.
La alegría desbordante de dos mujeres que se encuentran; María reconoce su propia insignificancia ante la inmensidad de su creador y, desde ahí las obras grandes que, en su historia, hace Dios por su misericordia. Así comprende, proclama, y reitera su disposición a ponerse al servicio de su proyecto, precisamente el del Reinado donde los pequeños, los apestados y los arrinconados son los primeros.
Esa es la fuente de la verdadera alegría, la fiesta de la que les hablaba esta tarde a los niños, la de saber que Dios no deja las cosas como están, que Él toma partido, apuesta por ellos preferentemente y que ya están por encima de los ricos y famosos.
Es asombroso cómo el Señor nos va dando las respuestas cuando sabemos escuchar y estar atentos. Ahora mi alegría tiene más fundamento y me desafía con más intensidad…. Si la deseamos, si no queremos perderla hay que tomar partido también, como María.