Dicen que las personas más mayores han alcanzado un punto de experiencia en las que verdaderamente saben lo que merece la pena y lo que no; que todo lo vivido les permite hacer de su capa un sayo y tirar por la borda muchas tonterías… Yo no sé si es eso lo que le pasa a mi hermano, el que ayer comentaba que me está visitando estos días, aunque creo que siempre ha debido ser un hombre muy libre.
El caso es que hoy he pasado todo el día de “vacaciones forzosas”, paseando por la ciudad y hablando de lo humano y lo divino. A lo largo de la jornada ha provocado algunas situaciones que, en el momento, me han puesto un poco colorado; ya se sabe que soy más bien tirando a vergonzoso…
Una de ellas ha sido con una chica extranjera que nos ha pedido ayuda económica por la calle. Yo simplemente le he puesto buena cara y le he dicho que no (pienso que eso sólo contribuye a fomentar la mendicidad, prefiero que mi ayuda esté canalizada por instituciones como caritas, que contribuyen al desarrollo y la integración de las personas); pero él se ha puesto a hablar con ella: le ha dicho que sí, que quería ayudarla pero no con unos céntimos sino diciéndole que era una chica joven y guapa; que era un ser maravilloso, que Dios la quería y que soñaba para ella algo mucho mejor que aquella situación; que seguro que tenía muchas capacidades para salir de ella…. Al principio la chica lo ha mirado con extrañeza y hacía el ademán de marcharse, pero él insistía, “¡oye moza! No te vayas, dime si estás de acuerdo con lo que te digo”. En ese instante yo no sabía dónde meterme pero al final han estado charlando un buen rato y la joven le ha dado las gracias y se ha ido contenta con los piropos y la simpatía de mi hermano.
Poco después nos cruzábamos con dos monjas desconocidas y, otra vez ha vuelto a hacer lo mismo: “¡hermanas! ¿de qué orden sois? ¿Cómo estáis? Somos dos frailes dominicos que estamos tomando café, venid un rato para que nos conozcamos” a un servidor le ha faltado meterse debajo de la mesa al ver la expresión de las religiosas… je…je…con una sonrisa forzada y colorado como un tomate.
Pues ellas se han acercado, nos han contado de su vida, se han interesado por la nuestra, nos hemos encomendado mutuamente en la oración y, al despedirnos les ha dado su bendición. “Gracias, padre, muchas gracias” nos decían radiantes.
Pensaba yo que qué alegría de “desvergüenza” y desparpajo; que liberación de prejuicios y complejos la de este hombre que, de forma cotidiana, ha anunciado una buena noticia a la primera chica; que ha hecho fraternidad y nos ha regalado una preciosa experiencia de Iglesia fraternal y urbana.
Mirándolo desde la perspectiva de la Resurrección, creo que esa libertad es una conquista irrenunciable; que deberíamos ser capaces de sacudirnos el “qué dirán” y los inútiles sentidos del ridículo que tantas veces nos frenan al Evangelio. Sólo así podemos acoger de verdad la luz de la Pascua y vivir en consecuencia, ser testigos creíbles del resucitado desde la auténtica fraternidad en cada situación que se nos presenta a lo largo del día.
Si todos fuésemos como mi hermano, qué diferente serían la Iglesia y la humanidad. Está muy mayor, no oye, ve poco y tiene debilidad en las piernas, pero para mí es un privilegio estar permanentemente a su lado porque, a pesar de todo eso, o mejor dicho, desde todo eso precisamente, me sigue regalando las más valiosas lecciones.
:) JEJEJE, ME HAS ALEGRADO EN ESTE MOMENTO, SALUDA A TU HERMANO DE MI PARTE!! GRACIAS POR COMPARTIR DESDE LA COTIDIANIDAD Y SENCILLEZ!!
ResponderEliminarMe encanta la expresión " sacudirnos el qué dirán", cuántas cosas dejamos de hacer por eso.
ResponderEliminarGracias, un beso
valle
Con tu ejemplo, querido hermano, con tu sencillez y tu pedagogía, con tu humildad, que distinta y amplia perspectiva das al sentido cristiano de la Vida...Me quedo, tras leer tu comentario, contento, con una sonrisa, con esperanza de que todo lo malo puede cambiar a mejor. Enhorabuena y felicidades. Por favor no cambies y gracias por tu cercanía y naturalidad. Un abrazo fraterno, amigo
ResponderEliminarOjalá que el descaro fruto del Amor a Dios se convierta en la mayor epidemia terrenal.
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