Hoy ha llegado al convento un hermano muy querido. Es un fraile muy mayor que pertenecía a mi comunidad de formación; ya era un gran veterano cuando lo conocí y, desde el principio me pareció un hombre admirable. Tiene una apertura de mente asombrosa y una capacidad de escucha y comprensión tremenda; ha sido todo un pionero en muchos campos y, a su edad, sigue cautivando a jóvenes y ancianos con su sentido del humor y simpatía.
Como es natural, ahora sufre de muchas limitaciones, claro, pero el tío se las va trabajando, las asume y no hay quien le detenga; continua apasionado por el evangelio y sigue apasionando a quienes tenemos la fortuna de conocerlo. Para mí ha sido y es todo un maestro en la Orden.
Desde que lo he recogido en la estación no hemos dejado de hablar, de cómo estamos; cómo nos va… y también ha sido inevitable recordar “viejos tiempos”.
Nos reíamos mucho comentando “las crisis” y las dudas que le hice sufrir a él y al resto de la comunidad; las tonterías y torpezas que hacía o decía; las buenas intuiciones que tuve; las lecciones aprendidas en estos años; lo que hemos cambiado.
Este encuentro me ha hecho mirar atrás, revivir con simpatía aquellos primeros momentos de enamoramiento loco; cuando me dejé seducir por mi Dios… me ha llevado a pensar que aún sigo siendo aquél chaval enamorado hasta las trancas, aunque de otra manera. Ahora contemplo todos esos instantes y sentimientos desde la perspectiva que me dan estos años; con los pies en la tierra; desde mi propia realidad, la de la Orden y la Iglesia; desde los afanes y dificultades de cada día, propios y ajenos. Desde aquí encuentro sentido y crecimiento en cada lágrima que derramé, en lo que se tuvo que romper; en cada esfuerzo y satisfacción.
Y se me ocurre que –aunque evidentemente salvando las distancias- algo así es también el encuentro con el resucitado.
Hay que volver a Galilea, donde todo empezó para descubrirlo. A la luz de la resurrección, quienes seguían a Jesús son capaces de entenderlo todo; de asimilar las enseñanzas que todos los días recibieron del Maestro y que, hasta ese momento, eran enigmas sin mucho pie ni cabeza; de superarse en los miedos y egoísmos; de percibir la realidad como un desafío y una posibilidad infinita.
Esa luz brilla hoy también para mí; para todo el que la quiera acoger y comprender la Palabra en nuestras vidas, reconocer el sentido de una Escritura que nos habla de nosotros mismos; ese fuego quiere arder para siempre en nuestras entrañas.
"Reconocer el sentido de una Escritura que nos habla de nosotros mismos". Cada día te superas más. Esta frase es increible, yo no lo había pensado nunca, pero es cierto, la Escritura habla del hombre y para el hombre, y cuando digo del hombre (y para que no lleve a confusión) me refiero a Dios como parte del hombre y al hombre como parte de Dios. Gracias por estas pequeñas perlitas, así me voy a la cama contento; contento de compartir tanto en común entre mi estudio cotidiano y el Evangelio, y entre tú y yo. Un beso de buenas noches hermano.
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