Anoche terminamos muy tarde las celebraciones de la resurrección y el cansancio se iba acumulando, tanto que no me veía con fuerzas de escribir lo vivido, por eso recurrí a las palabras de mi actual maestro general; pensé mañana lo explicaré todo con pelos y señales.
Ahora ya estoy de nuevo en mi casa, muy cansado pero aun saboreando por dentro todo lo vivido en estos días, cada uno de los miles de regalos que he recibido en cada jornada… sin embargo sigo con esa sensación de ser totalmente incapaz de describirlo todo.
Tengo miedo de que se me olvide alguno de esos dones, de esos rostros, de los gestos, de los abrazos… no quiero que se me quede en el tintero ninguno de los elementos que, juntos y sin fin, componen la explosión de humanidad y verdad que vivimos anoche; me asusta que las palabras reduzcan y limiten lo inagotable de la vida y el fuego que nos deslumbran desde la madrugada.
La pascua de este año ha sido más real que otras, más aterrizada que aquellas que se constituían en burbujita de bienestar y alejada de lo cierto de mi cotidianidad; menos entusiasta quizás, más reposada… con momentos de corazones abiertos en canal y también con algunas cosas que lo endurecen.
Puede que por eso, esta vez también esté descubriendo una resurrección real y presente en el día a día.
Jesús es el Señor del día y de la noche, de la muerte y la vida, de la alegría y el dolor; su resurrección transforma todo eso y lo conforma de nuevo, de forma que en todo seamos vivos.
Ser testigos del resucitado, el ver y creer, no nos evita el conflicto o las heridas; no nos transporta al país de las maravillas ni nos hace más altos ni guapos; por el contrario nos conduce siempre a la tierra, a la nuestra, a la de siempre… la diferencia es que ya no la percibimos como antes; ahora la vemos desde el triunfo del amor… conscientes de que siempre es lo más grande y lo más fuerte.
Este año, Dios nos ha reunido en un rinconcito de la tierra a un grupo pequeño, insignificante y débil… una pequeña familia muy variada (laicos, frailes, monjas, mayores, jóvenes, niños…) que ha dado sus pasos entre lluvias y rayos de Sol. En ella, Dios ha hecho el milagro: hemos sido testigos de la noticia más importante de la historia de la humanidad.
Este año, no me ha dado morriña volver, no he sentido que nada se acabara… ¡al revés! Algo en mí adentro me habla de comienzos, de novedad, del primer amor; y estaba deseando regresar para empezar a descubrirlo.
Una y mil veces más lo repito:
¡Alegraos! ¡ved la vida que os rodea! ¡Creed en ella! ¡¡Predicadlo al mundo entero!! MUCHAS FELICIDADES
Gracias. Los leeré todoso lo dias. Pilar
ResponderEliminarGracias por las palabras dichas al corazón de cada uno de nosotros.En ese gran abrazo fraterno de hermano mayor se percibió la dicha y la paz.Ya que compartimos su Pasión ahora nos toca ser testigos ALEGRES de su resurrección.Que Dios te siga bendiciendo, te mantenga y te sostenga.
ResponderEliminarPepi