Ya han acabado con la poda del árbol, ha quedado precioso… durante estos días hemos tenido un trajín especial en casa pero, es curioso, estábamos encantados.
Si lo de esta semana fuese algo habitual o periódico, a lo mejor diríamos “¡qué pesadez!, que lata están dando”, pero como lo deseábamos tanto y nos preocupaba de tal forma, en el convento hemos vivido todos estos inconvenientes como una bendición, diría que hasta los hemos disfrutado.
Lo malo es que generalmente no somos conscientes de lo que ansiamos en realidad, del valor y la necesidad de aquello que tenemos… jejeje…lo que decía mi madre cuando nos enfadábamos con ella en la “aborrescencia” “¡ya me echaréis de menos cuando falteee!!!”, qué razón llevaba… como casi siempre todas las madres (¡¿por qué será?!)
Además del desenlace de mi árbol, he estado liado prácticamente todo el día con la preparación del triduo del final de la cuaresma; hoy me tocaba a mi predicarlo y además pintar el símbolo que lo va ilustrando cada día.
Este año, el hilo conductor de los tres días es una característica de Santo Domingo, aquello de que siempre hablaba con Dios o de Dios. Esta tarde tocaba “el hablar a Dios de los hombres” y hemos orientado la reflexión desde una espiritualidad encarnada; las actitudes orantes, el contenido de la oración…
Solemos acompañar todo esto de alguna canción, lecturas bíblicas, textos, poemas… parece que una de las cosas que más han gustado, de las que he presentado, ha sido un fragmento de una homilía de Timothy Radcliffe (era nuestro General cuando conocí la Orden).
Se titula “rezar es peligroso” y pienso ahora que también está relacionado con el principio de esta entrada: nos hace ver que si le hablamos a Dios, puede ser que Él nos conteste; que le pidamos y Él nos pida; que le contemos lo que anhelamos y Él nos muestre que ya lo tenemos, aunque eso sí, de una forma diferente a la que pensábamos, virgen quizás, por forjar todavía.
Es posible que Dios nos responda siempre, pero en nuestra realidad, con quien ya está a nuestro lado, con lo que somos y tenemos.
Con sus palabras me despido esta noche…
“Cuando rezo, puede que Dios quiera responder a esa oración a través de mí mismo. Pedimos por un mundo más justo donde no haya hambre. Puede que Dios desee que yo sea parte de esa respuesta a mi oración. Por eso decimos que la oración puede ser arriesgada, peligrosa, porque Dios puede responder a esa oración exigiéndome que haga algo.
No deberíamos rezar si no estamos dispuestos a implicarnos en la respuesta. Esa es la razón por la que la oración es como una bomba. Debería ser manejada con cuidado. Cuando termine esta homilía pediremos a Dios para que la Iglesia sea una Iglesia misionera, que vive el Evangelio con ardor y entrega. Y todos responderemos diciendo: "Te rogamos, óyenos". Dios escuchará esa petición y la responderá; tal vez lo haga por medio de ti. Puede que eso signifique que tengas que dejar tu comodidad y marchar a predicar el Evangelio.
Luego diremos: "Por todos los pobres, por los marginados, para que experimenten que son preferidos por cuantos seguimos a Jesús de Nazaret". Cuando recemos esto estaremos pidiéndole a Dios que cambie nuestras vidas, que las vuelva del revés y ponga a los pobres y marginados en el centro de la comunidad. Estamos pidiendo dejar el lugar privilegiado que ocupamos. Estas palabras se dicen con facilidad, tal vez sin pensarlo demasiado. Sin embargo, la respuesta a esta oración debería transformar nuestras vidas. (...)
En todo el mundo los cristianos rezamos el Padre Nuestro.
Cientos de millones de personas rezarán esta oración este domingo. Parece fácil hacerlo. Sin embargo, esta oración es nuestro rechazo a aceptar el fatalismo de nuestra sociedad. Es nuestro rechazo a todo pesimismo y resignación. El Padre Nuestro es la gran oración de la esperanza para la transformación de nuestras vidas. Dios, ciertamente, escucha esta oración y con seguridad, también responderá.”
Timothy Radcliffe, o.p.
Tal vez no queremos pedir porque al sabernos escuchados, temamos tener que corresponder. Y ello conlleva un gran esfuerzo. Porque corresponderle al Padre es algo casi utópico, inalcanzable, algo prácticamente imposible.
ResponderEliminar¡O, NO!¡He ahí el error y el miedo! Cuando a Él hayamos de corresponderle... simplemente ¡hemos de dejarnos llevar por su Espíritu!; lo demás, será consecuencia de Su actuación.
Fiémonos de Él y pidamos sin miedos, por una parte a no ser capaces de corresponder, y por otra, a no ser escuchados. Y no olvidemos nunca en nuestras peticiones que, pidamos lo que pidamos, Dios siempre va a brindarnos lo mejor; pidámosle "luz" para ver sus respuestas.
¡¡Qué bonito¡¡Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn besito