Hoy he pedido un favor importante y me ha costado una barbaridad; si hubiese sido para mí seguro que no me hubiese atrevido, pero se trataba de buscar una ayuda muy necesaria para una familia que llevo en el corazón y en mis rezos, así que me he “obligado a ello”.
Ya he comentado en otras ocasiones algo sobre mi timidez y es verdad que ahí estaba parte de la dificultad, en que me daba vergüenza… pero lo cierto es que no era eso lo peor.
Reflexionando acerca de mis sentimientos, he descubierto que lo que más difícil me resultaba era el “pedir”, el mostrarme débil y necesitado ante alguien a quien no conozco demasiado, el miedo a qué va a pensar de mí, al rechazo…
Y me parece importante, más si lo miro desde la perspectiva cuaresmal. Parece como que me he habituado a ser yo siempre el que ayuda, el que atiende, el que está… y ahí está una de las trampas más sutiles del camino de un religioso o un sacerdote: el creerte más que otros, por encima.
Las personas te adulan, te agradecen, reconocen, piden, necesitan…y el peligro es acabar creyéndote que es a ti, que eres tú el que hace las cosas bien o posee lo que los hermanos demandan… que se te olvide que siempre es Dios, que todo viene de él.
No es que eso me pase, al menos no a nivel personal o de mis capacidades… pero la experiencia de hoy si denuncia ese engaño que quizás se estaba empezando a gestar ante mis pasos. Dar es lo más sencillo a fin de cuentas, ofrecerte entero si hace falta… lo complicado es saber, también, pedir.
Y eso me recuerda que somos mendicantes, con toda la profundidad que eso supone; no se trata ya de andar llamando de puerta en puerta en busca de un pedazo de pan; sino de ser consciente de que –ante todo- estamos en las manos de Dios, lo mismo que en las de los hermanos.
Es una dimensión de nuestra vida que tenemos muy marginada y que –a mí me lo parece- es fundamental. Cuesta vivirla, vencer el orgullo y el amor propio, pero seguramente es uno de los mejores ejercicios de ascesis, que evita que te acabes creyendo lo que no eres, que te sitúes en tu fortaleza y te dediques a dar citas para ayudar al otro desde arriba…Que te muestra tu realidad, tu identidad de pequeño compañero de camino, que además, te enseña a amar de verdad, porque sólo se puede querer a otro con autenticidad, si eres capaz de desnudar tu alma ante él, de confiarle toda tu riqueza y toda tu debilidad.
Hoy me he atrevido a mendigar ayuda, además lo he hecho por amor y estoy contento… quiero seguir haciéndolo porque hoy he aprendido una gran lección y he redescubierto una nueva faceta de mi vocación: ser cauce entre las buenas personas, abrir puertas a la comunicación de sus posibilidades y capacidad.
Pedir, esperar, confiar en el ser humano es abrir a Dios las puertas de tu vida y de la del próximo, permitir que Él nos llene y nos haga más suyos, que nos colme de su amor.
Es precioso lo que has escrito.Todos sentimos vergüenza,pero a veces cuando se necesita,hay que vencerla,y te lo dice una que de ello sabe por desgracia demasiado.Pero no te preocupes,que los que te conocen sabemos valorar más esos pasos que tú das.
ResponderEliminarLlevas mucha razón, ¡qué difícil es pedir!, ¡qué trabajo cuesta!, cuántas veces antes "ensayas" el cómo hacerlo para que la otra persona se ponga en tu piel, cuánto tiempo retrasas ese momento por vergüenza....por miedo a no ser entendido....
ResponderEliminarPero pedir para otro, no te debe dar vergüenza...al fin y al cabo la finalidad es ayudar al que lo necesita.