jueves, 28 de febrero de 2013

27 de febrero. PARROQUIA DE SAN JACINTO


Hoy he vivido una de las experiencias más bonitas que la parroquia me ha regalado en todos los años que llevo aquí, compartiendo camino.

Muchos miembros de los diferentes grupos de la parroquia nos reuníamos para celebrar la misa y la mesa después; lo hacíamos en un ambiente informal pero completamente cargado de sinceridad, como la familia que verdaderamente somos.

Hoy reflexionábamos juntos sobre el Evangelio de la sal y la luz y la invitación que Jesús nos hace de dar sabor e iluminar al mundo… mientras escuchaba cada aportación, yo pensaba que la sal y la luz no suelen llamar la atención, que cumplen con su función muy discretamente. No te das cuenta de que faltan hasta que empiezas a no ver bien, o cuando te ingresan en el hospital y tienes que comértelo todo soso… Así es mi parroquia, así es esta preciosa fraternidad de hombres y mujeres de fe: llena de vitalidad y de la alegría del Evangelio.

Puede que muchos de ellos ni lo sepan, que no lo vean con la claridad con la que yo lo he experimentado yo estando a su lado. Yo soy uno de los últimos que se  incorporó a esta comunidad y, desde el principio, fui recibido con los brazos y el corazón abiertos de par de en par. Estas gentes, mis hermanos de Triana, han sido pacientes con mis carencias y limitaciones, se han volcado conmigo en los momentos de celebración y también para apoyarme en las dificultades; juntos nos hemos mantenido fieles a nuestra identidad y convicciones cuando nos han querido comprar o nos han azotado con mentiras y falsas acusaciones… con el amor, la lucha, el ejemplo y la alegría, que sólo pueden brotar de la fe, me han enseñado mis primeras lecciones en esto de ser sacerdote.

Seguramente, en todo el mundo, hay montones de creyentes que no son conscientes que no terminan de creerse eso de que son sal y luz… pero aun así, dan sabor a la existencia y rompen infinidad de oscuridades… porque cuando, en su aparente insignificancia,  se reúnen los granos de sal, ya nada es como antes, nada es insípido; y cuando se enciende una luz, por minúscula que sea, todo deja de ser de color negro.
 

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