domingo, 3 de febrero de 2013

2 de febrero. CRISTINA Y FILOMENA


 

Hoy celebrábamos el día de la candelaria, la jornada de la vida consagrada, y esta mañana precisamente, dos jóvenes monjas emitían su profesión definitiva en la Orden. He asistido a la ceremonia con muchos miembros de la familia dominicana de mi ciudad y, al menos por dentro, yo estaba rebosante de dominicanismo.

He compartido con esas hermanas muchos momentos importantes de su andadura desde que llegaron a la Orden  y realmente ha sido una alegría ser testigo de este nuevo e importante paso que han dado hoy: lejos de renunciar a su libertad o de encerrarse lejos del mundo, esas mujeres han apostado por ser verdaderamente libres y estar en el corazón de la humanidad y yo estaba tremendamente orgulloso de ellas… y lo van a hacer al estilo dominicano.
 


Los carismas en la Iglesia son un tesoro, un regalo del Espíritu que todos deberíamos saber cuidar, tanto en lo fundamental como también en los pequeños detalles. No por distinguirnos, ni siquiera para ser fieles al legado que hemos recibido; sino porque es únicamente protegiendo y afirmando la propia identidad como podemos estar capacitados para reconocer y respetar la del otro.

Puede que ese sea un problema en la Iglesia y en el mundo de hoy, que no sabemos muy bien quienes somos en realidad; no nos paramos a reflexionar sobre ello y nos contentamos con definirnos por lo que hacemos o lo que “nos gusta”. Al no precisar esa conciencia, nos encontramos incapacitados para construir la unidad; acabamos queriendo que todos sean como nosotros  o, por el contrario, encontrando una amenaza en los demás; buscamos falsos refuerzos en la uniformidad o los separatismos.

En el Señor Jesús es en quien, de forma privilegiada, podemos aprender quienes somos, tanto a nivel personal como comunitario; es en Él en quien encontramos nuestra verdad, si nos miramos en su vida, su palabra, si somos capaces de escuchar…

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