miércoles, 27 de febrero de 2013

26 de febrero. PEQUEÑO


Estos días, las lecturas nos hablan de la sencillez, de hacernos pequeños; o al menos así lo estoy recibiendo yo, que ando en esa clave desde que el sábado, en el encuentro, las palabras de un hermano me iluminaban al respecto.

Hacerse pequeño es reconocer la propia debilidad, admitir -con la benevolencia con que lo hace Dios-  nuestras caídas y fracasos interiores… partir de nuestra verdadera identidad como criaturas.
 


Es demasiado habitual el error de negarse a aceptar esa parte de nosotros, tanto a nivel personal como de toda la Iglesia y, cuando hacemos eso nos apartamos de la realidad, la propia y la del otro; empezamos a construir mentiras a nuestro alrededor, falsedades orientadas a la galería que pretenden recabar el reconocimiento exterior: mostrar a todos lo buenos que somos, alardear de riqueza o virtudes,  grandes manifestaciones públicas que demuestren que somos muchos, que tenemos poder e influencia. Superficialidades que no conducen a nadie a la felicidad, que no resultan significativas para la humanidad y que, en el fondo, tienen mucho de miedo.

Para colmo, si nos ensimismamos en esa película que nos montamos a veces, podemos llegar a creérnosla de tal manera que nos sentimos en posición de juzgar e imponer a los hermanos lo que nosotros, desde nuestra elevada posición, creemos que necesitan.

Sólo reconciliándonos con nuestra miseria, siendo compasivos y misericordiosos con nosotros mismos, podemos descubrirnos al mismo nivel en el que está cada ser humano; entender su vida, su situación, sus motivos, su dolor; escuchar de su boca lo que necesita en realidad y poder ofrecerlo, ponernos al servicio.

Encontrar las señales que nos orienten por ese camino tiene que ser una de las principales ocupaciones del creyente, de la Iglesia entera, especialmente en este tiempo de cuaresma… por ahí, siendo Iglesia humilde y servidora, está la grandeza de verdad.

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