miércoles, 20 de febrero de 2013

19 de febrero. JUGAR CON FUEGO


Durante toda esta primera semana de cuaresma, el tema de las tentaciones está presente, de una forma u otra, en las lecturas que la liturgia nos ofrece.

A veces en la vida te encuentras con personas que no sólo no luchan contra esas tentaciones sino que se entregan a ellas sin problema ninguno. Precisamente hoy me llegaban noticias sobre dos personas a las que quiero mucho y que, desde hace un tiempo,  se encuentran en esa dinámica. La historia la conocemos todos, es la de aquellos que, una y otra vez arriesgan lo que de verdad es importante, cegados en un juego absurdo, una ruleta rusa que, tarde o temprano, acabará disparándose y arruinando todo lo que tienen, lo que Dios les ha regalado.

Todas esas personas tienen a gente que les aprecia y les advierte, seguro que se encuentran también con infinidad de señales diversas que les advierten del peligro… pero nada, aunque en principio puedan reconocer la verdad de esos avisos, después permanecen ciegos y sordos. Conozco un gran número de casos así, que han terminado con matrimonios rotos, vocaciones perdidas, padres e hijos alejados, confianzas destrozadas o convicciones olvidadas. Después, cuando todo se va al garete, dirán que no sabían, que nadie les previno, que Dios estuvo callado mientras ellos se abalanzaban sobre la perdición.

Las noticias que me han llegado me causan un profundo malhumor, se siente uno tan impotente cuando alguien a quien quieres se obceca en  la inconsciencia… te sientes tan decepcionado que te entran ganas de desentenderte de ellos y abandonarlos a su suerte.

También conozco varios casos así, de familias o gentes que, supuestamente en nombre de Dios, han echado de su vida a los seres queridos que no actuaban conforme a lo que consideraban acertado. Eso no deja de ser la otra cara de lo mismo, de idéntica cerrazón.

Porque, en el fondo, si nos colocamos en la perspectiva de Dios, hemos de reconocer que todos somos un poco así,  igual  de ignorantes en multitud de cosas de la vida; que cada cual puede contar en su historia un sinfín de pequeñas traiciones y caídas anunciadas. Y Dios nunca nos abandona, permanece junto a nosotros hasta cuando nos hundimos en las pequeñas o grandes fechorías y maldades… y sigue estando ahí después; cuando nos hace falta una mano que nos ayude a levantarnos o un abrazo que recomponga nuestros pedazos; incansable, ofreciéndonos permanentemente una nueva oportunidad.

Así que, aunque duela y duela mucho, en esas situaciones,  la única opción creyente que nos queda es la de intentar hacer como Él: insistir y no dejar nunca de acompañar al otro, también en los errores que cometa; seguro que también hubo o habrá quien  hizo igual con nosotros.

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