Hoy no he empezado muy bien el día. Esas espinas de uno, las limitaciones con las que todos los días tenemos que pelear y que los demás aguantan con paciencia, a veces acaban cansando a los otros y, sin querer, les hacemos daño.
Eso es lo que me ha pasado a mí esta mañana; que mis insuficiencias han vuelto a hacer de las suyas… aunque –evidentemente- asumo mi culpa en la cuestión y lo siento profundamente, reconozco que no me he atrevido a pedir perdón; porque sé que difícilmente podré evitar que se repita; porque soy consciente de que volveré a las “andadas”… por mucho que lo intento, vuelvo a caer una y otra vez en los mismos errores.
Y no sé si será porque ya estamos a las puertas de la cuaresma, pero ese pensamiento no ha dejado de rondarme en todo el día.
Por la tarde, una amiga venía a desahogar conmigo el malestar que le provocaba una situación de conflicto. Era un poco más de lo mismo, un grupo de personas que, sin intención, se hacían daño unos a otros por sus diferentes caracteres y perspectivas y, lo que es peor, salpicaban con sus diferencias a otras personas totalmente ajenas a la historia. Lo que comenzó con una antipatía entre dos hermanos, se extendió a los de al lado y ahora la cosa afecta ya a muchos otros que, en principio, eran inocentes. Esta chica lo pasaba mal al darse cuenta de la envergadura y las consecuencias del asunto, pero no sabía cómo evitarlo.
Como la figura de abajo del dibujo, muchas veces nos enredamos en nuestras pobrezas y debilidades y nos dejamos amarrar por ellas. Nuestras manos se abren impotentes cuando nos hacemos conscientes de ello; cuando nos descubrimos rodeados y vestidos de las mismas piedras que, una y otra vez, nos hacen tropezar; adornados por esas gotas de sangre, que simbolizan el mal que causamos a los hermanos y a nosotros mismos.
Como Pablo nos preguntamos por qué tantas veces hacemos lo que no queremos y no lo que sí deseamos en realidad…
La única respuesta vuelve a ser el Señor Jesús, capaz de quebrar los tentáculos de nuestra miseria. Los rompe asumiéndolos precisamente; haciéndolo hasta el final.
Por su entrega, por pura gracia; transforma lo que somos y rescata la riqueza; los “diamantes” de nuestro interior…haciendo brotar vida en lo que nos rodea.
Supongo que esto, en la práctica, en mi día a día, se traduce no sólo en que, poco a poco, Él me vaya dando la fuerza para crecer y moldeando mis asperezas; sino en que también Él está junto a los que padecen por mis necedades, ayudándoles a aguantarme.
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