¡Qué gran equipo de catequistas tenemos en la parroquia! Esta tarde han preparado una dinámica, preciosa y cargada de profundidad, para transmitirle a los niños de primera comunión lo que es la cuaresma y cómo podemos vivirla.
Tras narrarles y representarles un cuento que los introducía en el tema, les han pedido a los chavales que escribieran en un papelillo todas las cosas que querían quitar de su vida: los egoísmos, las peleas, las desobediencias… después los hemos quemado.
Lo mejor ha sido cuando, ante la mirada alucinada de todos los niños, un artista que desinteresadamente ha venid a colaborar con nosotros, ha mezclado las cenizas con agua y cola blanca para preparar “pintura”; con ella hemos realizado unos pequeños e improvisados “cuadros”.
Los pequeños han alucinado y pienso que han aprendido de una forma muy clara la “lección”. Para mí también ha sido muy ilustrativo y me ha ayudado a reflexionar sobre el sentido de la “conversión” desde una perspectiva nueva.
Convertirse es cambiar de dirección, reorientar nuestros pasos hacia Dios; pero también es “transformarse”, igual que ha ocurrido con nuestro “pigmento” de hoy.
Todo aquello que no queríamos, las limitaciones y flaquezas de las que deseábamos desprendernos se han convertido en despojos, restos aparentemente inútiles. Hasta ahí nada extraordinario, es el planteamiento que yo me hacía hasta ahora, supongo que el de casi todo el mundo; pero nuestras catequistas me han revelado hoy un significado muchísimo más amplio y profundo.
La conversión no tiene por qué quedarse en la superación de nuestras asperezas y ataduras; si sólo es eso, puede resultar algo complicado y tremendamente duro; casi inalcanzable. Como las cenizas de esta tarde, podemos dejar que Dios haga maravillas con esas pobrezas; pueden ser el origen de la grandeza que Él nos reserva; de ellas puede brotar la infinita belleza que hay dentro de cada uno de nosotros… eso es, además el aliciente más poderoso que podemos encontrar en nuestro camino cuaresmal:
Si nos dejamos, el Señor quiere hacer de cada uno de sus hijos e hijas, de nuestras vidas, la más hermosa obra de arte.
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