Qué distinto es todo en este convento a lo que yo vivo habitualmente en el mío. Empezando por el edificio que, además de antiguo, es descomunal, con varios claustros preciosos, largos pasillos y cantidad de dependencias; y continuando por la comunidad, que tiene por lo menos diez veces más frailes que la mía. Aquí conviven muchos frailes, incluso de varias nacionalidades distintas.
Con esas proporciones, es lógico que el ritmo, las costumbres y la oración de la vida comunitaria varíen enormemente de mi casita, pequeña y reducida. Aquí todo es como en los tiempos gloriosos de grandes conventos; allí somos más hogar, todo resulta más casero.
Te podrá gustar más un estilo u otro, pero sinceramente no creo que uno sea mejor ni peor que el otro; cada uno tiene sus encantos y limitaciones, como todo en la vida…. yo, acostumbrado a ser cinco, a tenerlo todo a mano, confieso que aquí me siento un poquito desbordado e inseguro; cuando llegan los momentos comunitarios me adoso a un fraile y voy a donde vaya y hago lo mismo que él haga… sólo así tengo un poco de garantía de no meter la pata o no acabar perdido por los pasillos del convento.
Pero sobre todo, más allá de las solemnidades, la cantidad o las rutinas, sé que estoy con mis hermanos, en casa, en la orden. Lo sé por la visión de la vida, las perspectivas de la fe, los matices, las prioridades, el espíritu que nos anima…hasta en el sentido del humor, que son comunes a todos nosotros. Y eso es algo que no descubriría si no venciese esa inquietud que me genera lo distinto; si no me atreviese a superar (por lo menos un poco) la timidez que despiertan las personas poco conocidas; si no escuchase lo que tienen que decirme, lo que se dicen entre si…
Es bueno “salir de tu tierra” para conocer otras realidades y perspectivas; es bueno no dejarse liar por el susto que los otros nos dan, evitar la amargura de la superficialidad, la crítica de la diversidad…Es precioso pensar que aquí y allí somos lo mismo, uno y distintos; como lo somos en la Iglesia, la humanidad entera.
Los días aquí me invitan a buscar la forma de hacer lo mismo cuando vuelva a casa; el modo de vencer los obstáculos que me mantienen alejado o indiferente frente al distinto; las sendas que me conducirían a encontrarme con él y descubrir que, pese a cualquier diferencia, tenemos mucho en común… que por dentro somos iguales; con una misma sangre, corazones que sienten como el mío… el mismo Padre-Madre y el mismo amor.
Conmueve ver cómo describes esos espacios entrañables no sólo para algunos de quienes viven o han vivido en ellos, sino para quienes desarrollamos algo de nuestras vidas al amparo de esos muros, esas salas y esas gentes. Hace bien recibir esa mirada cordial, abierta y generosa con una realidad tan diferente de la tuya cotidiana.
ResponderEliminarCelebro el encuentro fortuito —¿providente?— de días atrás y haber conocido este blog que permite soslayar timideces de unos y otros. Me hará bien ir compartiendo tu mirada y sensaciones...