domingo, 27 de marzo de 2011

26 de marzo. POR EL TRONCO EN QUE NACÍ Y LA SABÍA QUE ENCONTRÉ Y LOS BROTES QUE NACIERON PORTADORES DE TU FE

Me temo que sé de uno que esta noche ya no se acuesta… acabo de subir de una especie de “convivencia nocturna” o algo así con los jóvenes de confirmación. Hemos estado en los locales parroquiales cenando, cantando con un Karaoke y viendo una película. Son un grupo que ya está a punto de recibir el sacramento para el que han estado varios años preparándose… durante este tiempo ha sido un privilegio ser testigo de sus vidas, sus procesos, su crecimiento. Ahora se están empezando a plantear el “después” de la confirmación y la posibilidad de formar parte del movimiento juvenil dominicano.
Antes de eso he tenido un retiro con la fraternidad de dominicos seglares de la parroquia. Una comunidad muy veterana, compuesta por algunos hermanos y hermanas que llevan a gala muchos años de profesión en la Orden. Me han ayudado tremendamente en esto de aprender a ser sacerdote y son para mí todo un ejemplo de fidelidad a nuestro carisma, de perseverancia en el seguimiento de Cristo al estilo de Domingo.
Con unos y con otros, aunque de formas diferentes, he percibido la ilusión, la VIDA. Unos son los que me han antecedido en la Orden, los que han hecho posible que el regalo del carisma dominicano llegara hasta mí; los otros quizás sean los que nos sucedan, los que recojan el testigo de la predicación y anuncien el Evangelio mañana.
El caso es que circunstancias así, hacen que piense en todos y en cada uno de los dominicos, los que están en diferentes lugares, los que fueron y serán, que me sienta parte de un cuerpo; un Organismo con sus achaques, desde luego, que para eso tiene ya ocho siglos de vida, pero lleno sobre todo de grandeza, de importantes aciertos e infinidad de vida entregada; me hace darme cuenta, con mucha fuerza, de mi parte de responsabilidad en ese conjunto. A ciencia cierta, soy uno de los miembros más insignificantes, lo sé… pero eso no significa que sea prescindible, que pueda rehuir la función que Dios me encomienda.
Soy parte de ese árbol; de un tronco compuesto por la comunidad, la oración, el estudio, la predicación que –gracias a la luz del Señor- puede ofrecer al mundo fruta de amor, frutos de Dios.
Es bonito darse cuenta de eso, en la Orden y en la Iglesia; caer en la cuenta de que, ante todo, somos personas, hermanos y hermanas unidos profundamente que , en su mayoría, tratamos con honestidad de hacer de esta tierra un lugar mejor, de conseguir que la humanidad sea auténticamente humana.

A mí, al menos, me posibilita el enamoramiento, el sentirme orgulloso del pueblo con el que camino; el dejarme animar por ese único Espíritu que me impulsa a superar todos mis obstáculos y miedos para volver a decir cada mañana (o cada noche) SÍ.
(y si queréis poner banda sonora...)

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