Esta semanita está siendo de coco y huevo por muchas razones. No sé por qué las cosas llegan siempre todas a la vez, de golpe…Así estoy pasando yo desde el lunes, todo el santo día corriendo.
Una de las cosas más bonitas que estoy teniendo la oportunidad de disfrutar es el poder compartir, con una hermana contemplativa muy joven, los ejercicios de preparación para su toma de hábito.
Hoy, en particular, llegaba yo con todo muy preparado. Había pensado que reflexionáramos juntos desde la Biblia, abordar con ella la vocación de Moisés.
Con el texto en la mano, le hablaba de cómo podíamos encontrar en aquellas líneas las objeciones que el protagonista del Éxodo presenta; las dificultades que a todos nos pueden surgir a la hora de decirle que “Sí” a Dios; también las respuestas y soluciones que Él le ofrece… nuestros miedos, los sentimientos negativos, las inseguridades… todo sale por la boca de Moisés.
La confianza, el valor, la oración, la fraternidad, la vida entregada es lo que responde ese “fuego que no cesa”.
Me encanta ese pasaje porque veo muy reflejada en él mi propia experiencia, mi pequeña historia de amor…
Y estaba yo en estas, sin saber a ciencia cierta si me estaba explicando bien, cuando ella –que es una chica muy tímida- ha comenzado, de repente, a hablarme de su propia vocación: de como descubrió, desde pequeña, la invitación insistente de Dios, la oposición de su familia, como tuvo que buscar respuestas a lo que vivía más allá de lo su mundo, de lo que conocía; de la valentía que descubrió en su interior cuando abandonó su tierra, rumbo a otras culturas desconocidas….
La jovencita postulante me ha callado la boca y me ha emocionado un montón, lo reconozco. Por la tarde otras vocaciones, las que los chavales de catequesis están empezando a descubrir.
Supongo que todas las historias de amor son bonitas, sobre todo cuando Dios está por medio. Seguramente los religiosos lo tenemos más fácil a la hora de identificar esa aventura de seducción y magia que el Señor escribe en nuestra vida; la peculiaridad de nuestras opciones nos hace ser más conscientes de algo que está presente en la vida de cada persona, aunque me temo que casi siempre les pasa inadvertido.
Me parece un ejercicio más que saludable el repasar la propia vida; encontrar en ella que la mano de Dios estaba presente en el momento en que tomamos las decisiones importantes, el día en que nos enamoramos, cuando el camino brilló con la llegada de los amigos, los niños… en todas las ocasiones que fueron conformando lo que somos hoy. Hacernos conscientes de ello, recordarlo y saborearlo; porque nuestra vocación particular, además de ser lo más hermoso que vivimos, es también nuestra fuerza y consuelo ante las dificultades del camino; ¡no podemos perdérnosla!
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