lunes, 14 de enero de 2013

14 de enero. ¡SSSSSSSSH!

No sé lo que será, si la majestuosidad de los árboles que se asoman por mi ventana, el clamoroso silencio que envuelve este tremendo convento, la calidez de los corazones hermanos con los que me reencuentro, la piedra venerable y cargada de historia o este frío tan saludable que te despeja las entrañas… no lo sé, el caso es que nada más llegar a Salamanca, Dios me ha situado en una nueva onda.
En la vida religiosa, y particularmente durante los años de formación nos hablan mucho acerca del silencio y la contemplación que debe enmarcar todo lo que hacemos y somos. Con el tiempo lo  aprendemos y desarrollamos  una barbaridad y, sin embargo, no deja uno de sentir que siempre está al principio del camino. Ha sido en particular esta mañana, cuando he levantado la vista de los libros y el ordenador y me ha embobado la belleza de la naturaleza que podía verse desde la ventana… me he quedado un ratillo así, mirando, callado, disfrutando ese mágico instante, con la sensación de que Dios me estaba susurrando algo desde la creación.
¡Cuánto me queda aún por aprender!, pensaba… se callar, hacer silencio en mi corazón, escrutar la existencia en búsqueda de las huellas de Dios; buscar ese rostro que suelen camuflar las prisas y ruidos de la marcha cotidiana… pero aún no sé escuchar del todo; no he aprendido el lenguaje de las aves, la música de las nubes o los dibujos del campo; no sé el idioma de las calles y del tráfico, las diversas lenguas con las que todo el universo me habla de su creador….























Después, tomando un café con un hermano joven pero muy sabio, charlábamos acerca de la actitud del que sabe quedarse con lo mejor de cada sitio, de las diferentes situaciones que se nos presentan. La forma en la que se afronta la vida cuando sabes disfrutar de las alegrías, cuando las hay; cuando puedes encontrar siempre algo bueno aunque te acosen los problemas y dificultades… imagino que es así como se va creciendo, como se aprende a escuchar los susurros amorosos de Dios; que esos son los caminos de la contemplación.



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