miércoles, 9 de noviembre de 2011

8 de noviembre. LAS DOS BARAJAS

Hoy reflexionábamos en clase a partir de unos textos que se centraban en el Jesús histórico, únicamente en su naturaleza humana, dejando al lado toda dimensión transcendente.

Es una forma de trabajar, de acotar el ámbito de estudio, pero yo no termino de verla, porque incluso en el supuesto de que Jesús de Nazaret sólo hubiese sido un hombre y nada más que un hombre, no podemos ignorar que toda su vida y palabra brotan de una relación muy estrecha con su Dios. El proyecto del Maestro no surge únicamente de una reflexión personal y racional, nace de la forma en que se comprende la vida y a uno mismo desde el Padre, y te lleva a hacer muchas cosas que, si no es desde ahí, son completamente incomprensibles.

Si no tenemos eso en cuenta, nuestro acercamiento al ser humano que fue Jesús,  queda desdibujado, incompleto…

Eso mismo se podría aplicar a cada uno de nosotros, que sí somos sólo hombres y nada más que eso ¿o no?

La vida de una persona en general o de un creyente en particular, nuestras opciones, comportamientos y valores no pueden nunca comprenderse desde lo meramente humano; la psicología, la sociología, la historia… nuestro proceder se escapa a todos los conocimientos y estudios que intentemos aplicar, porque, por la fe, ha entrado en nosotros el misterio de Dios.



Eso me recuerda aquello de que estamos en el mundo pero sin ser del mundo. Verdaderamente nuestras prioridades y principios no son los de la sociedad en la que vivimos; en ese sentido no somos de aquí.

Pero, por otra parte, estamos profundamente vinculados a esta realidad por el amor; nunca nos puede resultar ajena o  temible. Es en el mundo donde está presente Dios, donde se revela: nuestro ser, los hermanos, las estructuras y relaciones que nos hemos montado son el medio por el que llega a nosotros; grita en las injusticias, en la violencia; en él nos llama, nos cuestiona, nos orienta; desde el mundo nos ofrece también toda la belleza y dulzura de su amor. Si nos desentendemos de la sociedad, de los hermanos, de lo sucio y de lo admirable que esconde, entonces –aunque no queramos- nos estamos desvinculando de Dios, porque es aquí donde es realidad su reino; ésta es la creación que se ha puesto en nuestras manos y que ha de ser restaurada.

Esa creación que es la crisis, la política, el derecho, la enseñanza, nuestras familias, los amigos y compañeros, las parroquias e instituciones eclesiales… que sólo pueden ser renovadas desde dentro (como lo hace la levadura en la masa) y a base de amor.


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