sábado, 19 de noviembre de 2011

18 de noviembre. NO NI NÁ

En ocasiones, parece que todo se derrumba a tu alrededor, asistes con dolor a los tremendos sufrimientos del otro; contemplas a las personas en circunstanciasen las que nunca los pudiste imaginar; te asustas ver  rumbo que van tomando los acontecimientos y te da miedo lo que pueda ocurrirles a los que tienes al lado… y uno, lo único que puede hacer es llorar con ellos y rezar…

La jornada de hoy me ha resultado durilla, lo que parecía que iba a ser un día normal se ha convertido en un encuentro continuo con la tragedia de la existencia humana.

Pensaba en los comentarios pesimistas que muchas veces he oído, que con lo dura y cambiante que es la vida no puede haber nada definitivo, que no existe el amor para toda la vida, que lo único que nos queda es conformarnos con lo malo conocido; que cada palo aguante su vela o que no merece la pena luchar por nada…

Siempre he rechazado frontalmente esos planteamientos de vida, pero confieso que el discurrir de las horas, hoy casi me ha hecho dudar.



Pero he acabado el día metido en una salita con cinco matrimonios que llevan décadas juntos; a los que la vida les ha tratado como a todos, con alegrías y satisfacciones pero también con crisis y problemas muy gordos y allí estaban, tan enamorados o más que el primer día, haciéndome enmudecer con cada palabra, con sus caricias y besos.

Su testimonio me ha sacudido la espesura mental que me había generado el sufrimiento y las dificultades que han desfilado por mi corazón este viernes, devolviéndome el ejemplo de mis padres y de otros muchos matrimonios veteranos felices y enamorados; el de todos los frailes y consagradas que conozco que aún siguen siendo unos apasionados del evangelio y que conservan intactas las energías del noviciado; el de muchos que no se han dado por vencidos y no dejan de apostar por sus sueños, por muchos y difíciles que sean los años.

Y me voy a dormir con una sonrisa en los labios, por sí que se puede, sí que existe lo definitivo y mejor, aunque, claro, para conseguirlo, hay que trabajárselo.

En estos tiempos de crisis en los que muchos hermanos nuestros tienen que presentar una lucha titánica para poder llegar a fin de mes sin que falte la comida para sus hijos o poder pagar la hipoteca, no se nos puede olvidar la más importante de las batallas, la que sostiene y da sentido a todas las demás; la que tenemos que librar con nosotros mismos para ser capaces de amar; de dar ese amor y de hacer de él el cimiento de todos nuestros esfuerzos.


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