sábado, 8 de octubre de 2011

7 de octubre. UN ROSARIO DE KILÓMETROS

Esta noche he llegado de nuevo a Soria, sí, otra vez aquí; si hace una semana veníamos a acompañar a mi tío en su marcha hacia el Padre; en esta ocasión es para bautizar al nieto de una prima hermana… ¡así es la vida!




El viaje desde Salamanca ha sido largo, prácticamente me he cruzado Castilla entera y, además el autobús iba de bote en bote. En un principio, pensaba dormirme un buen rato porque estaba cansado, pero como soy alto, no me cabían bien las piernas y no ha habido forma.
Después he intentado ponerme a estudiar, pero en el asiento de atrás venía una parejita hablando y tampoco he podido: venían hablando a grito pelao y venga a decir barbaridades y palabrotas.

Tengo que reconocer que me ha sentado muy mal y he pensado en que eran toda una molestia, que a ver si se bajaban cuanto antes, pero, si no puedes con el enemigo, únete a él… así que me he rendido a las voces y a la conversación que traían… toda una colección de calamidades, gamberradas realizadas y superficialidades… poco a poco, la molestia se ha convertido en pena, en tristeza por la forma en que se planteaban la vida y lo oscuro que se les presentaba así el futuro.

Conforme consumíamos kilómetros, se iba desvelando ante los oídos de todos los pasajeros la autentica realidad de aquellos chicos: volvían a casa después de un año lejos de sus familias porque habían estado ingresados en algún tipo de institución. La chica se emocionaba cuando el autobús entraba en su ciudad y compartía con su compañero las ganas que tenía de volver a ver a los suyos.

Yo casi me emociono también oyéndola, después del enfado y el juicio, me inundaba la compasión, hacía míos sus sentimientos y, cuando se han bajado, he acabado rezando por ellos.
Oraba contemplando los campos de castilla; la serenidad de los cereales cultivados; el amarillo y el ocre de sus árboles en otoño; sus tremendos cielos desbordados; los pueblecitos de piedra vieja con sus desproporcionadas iglesias románicas, o los chopos que acompañaban el discurrir del Duero.

Rezaba también mirando, de vez en cuando, a mis compañeros de viaje; sus actitudes y expresiones… oraba  mi propia existencia y lo que estaba viviendo, la forma en que esos chavales, a los que no conozco, habían ido derrumbando mis egoismos y prejuicios para acabar mostrándose como lo que son: hermanos que intentan disfrutar y que también sufren.
Y todo eso en el día de nuestra madre, la Virgen del Rosario. El rosario es contemplar los misterios de la vida de Jesús y hacerlo desde la experiencia de María, sabiendo que ella es la primera seguidora, que su experiencia es la nuestra… rezar el rosario es sentir el dolor del otro, glorificar a Dios en  la creación entera,  iluminar y gozar nuestro propio camino de fe, la vida de los hermanos, la de todos y cada uno de los seres humanos… dejar que el misterio de Dios nos muestre que las personas también somos un misterio sagrado.

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