lunes, 5 de septiembre de 2011

4 de septiembre. PERDIDOS


Hoy el Evangelio y las lecturas de la eucaristía nos hablaban de la responsabilidad que tenemos los seres humanos entre nosotros; de la corrección fraterna, de la comunidad.

Precisamente, hace un par de días tuve la oportunidad de pasar un rato muy bueno con un hermano mío muy jovencito. Pues este fraile, que es muy inteligente, me estuvo diciendo que le gustaba mucho este blog; que lo seguía y le era útil, pero además me hizo una hermosa corrección fraterna al respecto.

Me habló de algo que sabía y de lo que estoy convencido, pero que probablemente no he sabido transmitir adecuadamente. Me decía que, en mi afán por transmitir esperanza, siempre suelo centrarme en un mensaje de optimismo, de resurrección (probablemente porque es el momento que estoy viviendo actualmente) pero que la fe también es cruz… me recordó unas palabras que yo he compartido muchas veces, que corremos el peligro de transmitir una imagen de la aventura evangélica muy edulcorada, en la que pasamos por alto que, seguir al Señor, también supone esfuerzo, dolor, ruptura, sacrificio y morir a muchas cosas.

 Me hizo pensar en una máxima que aprendí de joven, cuando me iniciaba en el voluntariado y la ayuda a los demás; me enseñaron que nunca se podía relativizar el dolor de las personas a las que acompañábamos, que frases como “¡eso no es nada!” o “ya pasará” tenían que borrarse de nuestras conversaciones.

Gracias a ese joven fraile me he dado cuenta de que, a veces, lo que cada uno de nosotros vive, sea bueno o malo, nos nubla la percepción de las experiencias ajenas, nos distorsiona y nos lleva a proyectar sobre la vida de los otros las propias alegrías o calamidades. ¡Cuánta falta nos hace a todos esa fraternidad que reorienta nuestro amor, que ensancha sus horizontes y lo diversifica!

Hoy quiero pedir perdón, públicamente y  con todo el corazón, a todas las personas que están sumidas en la oscuridad, a las que sienten que no pueden más, las que no encuentran respuestas y salida… a todos aquellos a los que mi felicidad les puede haber sonado a chino o a sorna…

No se nos puede pasar por alto el reconocimiento y la valoración de la angustia y el dolor. Yo también he atravesado, en ocasiones, esos desiertos y sé que las tinieblas, tarde o temprano volverán a salirme al encuentro; sé lo que duele la cruz; cada golpe del martillo con los que Dios va forjando nuestro ser.

En esa noche oscura necesitamos esperanza, respuestas pero, ante todo, lo primero que nos hace falta, es que alguien nos comprenda, entienda nuestro sufrir.


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