miércoles, 28 de septiembre de 2011

27 de septiembre. VOLVER A SER

Hoy, a causa de los milagros de internet, me he reencontrado con uno de los grandes amigos de mi niñez.  Cuando mi familia se mudó de ciudad fuimos perdiendo el contacto y hacía muchos, muchos años que no sabía nada de él.



En este día de locos que he tenido, su correo, aparte de suponerme una alegría enorme, ha sido todo un regalo; una de esas cosas que, de repente, despiertan, dentro de ti, un sinfín de emociones distintas, te hacen contemplar la vida entera en un instante.



Me ha hecho pensar en el tiempo, que corre que se las pela; en las vueltas que ha ido dando la vida hasta conformar lo que somos hoy; en la presencia y el aliento constante de mi Dios a través de los años… pero, sobre todo, me ha transportado a la infancia, me ha dibujado una sonrisa cargada de ternura, al recordar aquellos críos que éramos y que apenas empezaban a vivir.

En un instante, he vuelto a ver en un video Beta, los éxitos cinematográficos del momento; he jugado a policías y ladrones en un parque de Madrid; me he reunido con mi vieja pandilla para comer hamburguesas; he cantado las canciones de “parchis”; me he vestido de romano en el teatro del colegio; he ido de campamento con la parroquia y hasta   he robado un cubito de hielo en el bar de la esquina.

 Es bonito eso de ser niños… ayer mismo, el Evangelio nos volvía a recordar aquello de ser ellos y alguien me hablaba también de lo precioso que es ver cómo los chavalines pequeños; a pesar de que se pelean y tienen sus cosas entre ellos, como todo el mundo; son capaces de olvidarse de todas las ofensas en un segundo y, con un besito, restauran la amistad perdida y continúan jugando juntos como si nada.




Ahora mismo,  que me estoy emocionando un poco al escribir, se me ocurre que sólo debe ser cuestión de dejarlo salir; que el niño o la niña que somos todavía está dentro de nosotros, en algún rincón, escondido bajo un montón de maquillajes, escudos y medicinas sin receta…

 Hoy, la Palabra nos hablaba de un pueblo samaritano que no quiso acoger al Señor y yo compartía en la homilía que nosotros tampoco lo hacemos si no somos capaces de superar los prejuicios, los rencores y antipatías; si no abrimos la vida y el corazón a un hermano.

No sé… puede que ese sea el camino: recibir al Señor que hay en cada hermano y permitir que cada uno que entre en nuestra casa interior  nos ayude a ordenarlo todo; se lleve o vaya pulverizando cada careta, las armaduras y los recelos causados por nuestras heridas.

Puede que así sea posible ir rescatando, poco a poco, a ese crío que todos somos y que, libres al fin, todos podamos volver a  jugar unidos en los campos de nuestro Dios.

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