lunes, 18 de julio de 2011

17 de julio. CIUDADANO

Esta mañana, en la puerta de la Iglesia, mientras esperábamos la hora de la eucaristía me he dado cuenta desde lejos un detalle hermoso.
Había por allí un señor muy mayor, de los típicos de estas tierras, con su bastón y su boina. Primero estaba sentado en un banquito de la plaza, después se acercó a un grupo de turistas y les explicó la historia de amor que unió a Machado y Leonor. Me ha llamado la atención en ese momento, porque me pareció muy bonita su forma de hablar; se notaba que estaba muy orgulloso de su ciudad y que le gustaba compartirla.... un poco después, cuando ya se marchaba, y esto es lo que más me ha gustado, se agachaba con gran dificultad para recoger del suelo un papel, que alguien habría tirado desconsideradamente, y lo echaba a una papelera.
Ese papel llevaba ahí, rodando por el suelo, un buen rato. La mayoría de los que estábamos allí ni siquiera habíamos reparado en él; desde luego, nadie pensó en molestarse en recogerlo… hasta que llegó el anciano y su gesto ejemplar.
Enseguida mi mente se ha puesto a funcionar, ¿qué sería lo que había motivado esa acción tan cuestionante? Lo primero que he pensado ha sido que la educación de antes no era como la de ahora y que el sentido de la urbanidad que tienen nuestros mayores se está perdiendo. Otra posibilidad era que este señor era más libre y no se dejaba llevar por los típicos lastres del “nadie lo hace” o “todo el mundo pasa de largo”
Seguramente hay algo de todo eso, sí, pero pronto se me ocurría la razón más poderosa de todas: ese anciano que tanto quiere y tan satisfecho está de su ciudad, de ninguna manera puede permitir que sus calles estén sucias; es ese amor, esa pasión la que hace que la lucha contra los achaques para conseguir agacharse y quitar del medio un desperdicio, no sólo deje de ser un esfuerzo sino que se convierte en un orgullo y una satisfacción… ese señor mayor, ha marchado a su casa contento, porque sabía que él mismo era parte del encanto y la belleza de esta población.

Este sencillo detalle me hace reflexionar sobre lo deshumanizador que es el “dejarse llevar”; el “ir donde va Vicente”; sobre la grandeza de quien es capaz de “nadar contra corriente”; en la fuerza irresistible del amor.

Lo que ha hecho el ancianito de esta mañana puede aplicarse a todos los aspectos de nuestra vida: dejarlo todo como está, a su suerte; o –aunque sea modestamente- implicarse, ser parte, agentes de transformación y cambio.

En nuestras calles, en el trabajo, en clase…pero también en la fe, en la iglesia, en nuestra forma de ser, en las familias, con los amigos…. En cualquier ámbito y entorno podemos quedar igual de alegres y satisfechos que el buen anciano de esta mañana.

1 comentario:

  1. ¡Pues es verdad! Es cuestión de proponérnoslo. No es necesario comprometernos a hacer ENORMES obras; es suficiente con las pequeñitas(una uva no hace el racimo...pero el racimo se compone de muchas uvas).
    No se nos pide MORIR por el otro; no hemos de donarle nuestro corazón, pero sí que podemos donar sangre cada cuatro meses.No hace falta que nos llevemos al anciano solitario a nuestra casa todas las tardes, pero sí que podemos conversar con él un día a la semana ¿O NO?

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