viernes, 11 de mayo de 2012

9 de mayo. EL FINAL


Corren tiempos muy duros para muchísima gente, complicaciones que nos sobrepasan y lo único que parece que podemos hacer, nada más y nada menos, es rezar. Últimamente se ha ensanchado enormemente la lista de intercesiones que le presento al Señor : a todas horas, en cada momento me vienen a la cabeza y el corazón infinidad de rostros, nombres concretos y dolores muy determinados.



También tratas de permanecer disponible, aunque sólo sea para escuchar e intentar ofrecer una palabra de aliento, pero, cuando cotidianamente vas compartiendo tantos problemas y situaciones complicadas como la gente te presenta, puede llegar un momento en el que, ya no es que no sepas qué decir, sino que tú mismo acabas dudando de la veracidad de lo que puedas aportar; en el que empiezas a cuestionarte si de verdad siempre hay una salida para todo.

Sin embargo ahí está mi Dios, con qué grandeza se presenta siempre que sepamos atenderle: en medio de mis titubeos hoy me ha regalado justo lo que necesitaba;  la visita de una persona,  posiblemente, la que peor lo ha pasado de todas las gentes con las que he tratado en estos años.

En las conversaciones que mantuvimos en el pasado, la intensidad de su dolor  llegó a provocar que me sintiera  ridículo; casi como si mi esperanza y mi fe fuesen una ofensa. En ocasiones sólo callé, pero en otras sí me atreví a hablarle de esas confianzas…

Cuando ayer se presentó, pude comprobar que todo va pasando, que está recuperando la ilusión y las ganas de vivir… me habló de que ahora se da cuenta de que el Señor nunca la abandonó; que comprendía cosas que no supo entender en su momento; que estaba encontrando sentido… me demostró, en definitiva, que todo eso que me sostiene y alienta no es una tonta  fantasía: que Dios no nos suelta nunca de la mano, que todo pasa, que siempre triunfa la luz por encima de la tiniebla… que toda oscuridad acaba siendo vencida.

Mi Padre me ha dejado claro que no puedo desistir; que ante cada lágrima y desesperación tengo que insistir, con toda convicción, en ese anuncio alegre: Él está con nosotros y, así, nada ni nadie; ni las ruinas económicas, ni la traición; ni la muerte, ni la enfermedad; podrá vencernos jamás. Que, si le dejamos,  por encima de todo, siempre volverá a brillar su rostro.

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