miércoles, 23 de mayo de 2012

23 de mayo. PREDIC-ANDO


Durante estos días estamos celebrando, en la parroquia, un triduo dedicado a Sto. Domingo (que mañana es la fiesta de la traslación) y Sta. Catalina de Siena.

Domingo de Guzmán; un santo muy desconocido pese a ser uno de los que mayor influencia ha tenido en la vida e historia de la Iglesia; es alguien que no deja de sorprenderme de apasionarme…y ¡no sólo porque sea nuestro fundador!

Hoy, a raíz de las lecturas que la liturgia nos presentaba pensaba: San Pablo, en la primera se despide de sus discípulos: el Evangelio es anunciado; se proclama el reinado de Dios; se muestra su mirada de Amor; Todos los creyentes podemos identificar los nombres y las sonrisas de quienes nos presentaron al Señor; seguramente los recordamos con el corazón agradecido a esa generosidad  y entrega….



Pero llega un momento en que el predicador ya lo ha dado todo, hizo cuanto estaba en su mano, se dio hasta el límite… entonces llega el momento de abrir la mano y confiar en la semilla sembrada y en los discípulos que la han recibido.

Yo tenía presente a Domingo; un hombre que, sin necesidad de milagros llamativos ni grandes gestas; con su forma de vivir y creer,  pone de manifiesto, con claridad meridiana, que Dios estaba con él; sólo así puede explicarse su vertiginosa visión de futuro al priorizar, hace ochocientos años, valores que no se descubrirían hasta mucho después como la libertad, la democracia, el diálogo; una profunda intimidad con Dios es el único punto de partida desde el que puede explicarse la intensidad de una vida radical y entregada pero sin fuegos artificiales, sin auto propaganda, con la Palabra como única protagonista.




Domingo inició el camino, la aventura dominicana… a él se lo debemos todo sus hijos e hijas, pero ahora es nuestro momento, el de los creyentes de hoy; la hora de que respondamos; de tomar- con gratitud y respeto- el relevo… de preparar el legado de los creyentes del mañana.

Con este dibujo del fundador de la Orden quiero orar y expresar ese agradecimiento y la admiración más profunda a todos los que nos han precedido, a nuestros padres, madres, abuelos, hermanos mayores que hicieron posible que, hoy, podamos continuar disfrutando de este exquisito regalo de la fe.

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