martes, 12 de junio de 2012

11 de junio. V.O.

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A veces ocurre que alguien viene a hablar conmigo y me consulta acerca de algún asunto o un conflicto del que antes ya me había contado la otra parte implicada. En esas ocasiones es alucinante lo diferentes que son las dos narraciones; el modo tan distinto en que cada cual  vive una misma situación.

Es lógico que todos funcionemos con nuestras propias versiones de las cosas, pero yo siempre intento que las personas traten de comprender los sentimientos y circunstancias de la otra parte;  pero lo más habitual es que, una y otra vez, esas personas sigan viniendo con la misma canción; que el tiempo vaya pasando sin que nada cambie, mientras esas gentes permanecen obcecadas en sus actitudes y perspectivas, en su propia versión de la historia.



En el momento en que nos instalamos en esa interpretación propia, los problemas no sólo no se resuelven sino que, por el contrario, se van complicando cada vez más,  engordando como una bola de nieve y acaban encalleciéndose.

Seguro que esto que estoy contando nos resulta muy familiar a todos, pero supongo además que cada uno de nosotros  tiene una versión propia de todo lo que vive y le ocurre; de lo bueno y de lo malo.

Nuestra versión de la vida se acaba proyectando y condiciona nuestras relaciones: si recelamos y desconfiamos de los otros, ellos lo perciben y acaban mirándonos igual a nosotros y, de paso, se confirma lo que ya nos veníamos diciendo desde el principio: que no nos valoran, no nos quieren y que somos víctimas de todo y de todos; si les tendemos la mano en cambio, lo más probable es que nos la acaben tomando y, qué curioso, se vuelve a verificar el planteamiento original.

Según como sea esa historia que nos contamos a nosotros mismos, vivimos nuestros días de una forma u otra: podemos disfrutar de lo cotidiano o amargarnos con minucias; confiar o hundirnos en la desesperación; estar solos o sabernos queridos siempre.

La mejor forma de ser y vivir de verdad es ampliando los horizontes que nos marca el ombligo; tratando de entender y sentir lo que siente el “tú” para llegar  al “nosotros”.


Únicamente podemos anunciar la alegría del reino si nuestra versión de la vida ha dejado de ser egocéntrica, si hemos podido romper los muros que nos encierran y aprendemos a pensar, ver y existir en plural.

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