Con frecuencia me encuentro ante la complicada situación de tener que
hablar de mi fe y mis motivaciones con gente que dice ser creyente pero que
desconoce profundamente el Evangelio; tratar de dialogar con la osadía de la
ignorancia me suele colocar en un callejón de difícil salida; porque el que piensa
que sabe lo que no sabe, se cree con la autoridad de juzgar, exigir y opinar
sobre terrenos que ignora por completo.
La fe es algo muy complejo y sumamente íntimo; tanto que se compone de
multitud de experiencias, recuerdos, sentimientos muy personales. Muchos de
ellos están directamente relacionados con nuestra experiencia de Dios, con
nuestra relación con Él pero otros muchos son culturales, artísticos, sensibles
o afectivos.
Es inevitable, porque somos humanos, hemos de expresar y compartir lo que vivimos
con Dios y, necesariamente, tenemos que
hacerlo a través de la cultura y los medios en los que estamos inmersos.
Nuestras tradiciones y costumbres tienen sentido en un contexto determinado
y, con frecuencia, nos permiten llegar hasta Dios.
El problema es cuando vamos absolutizando esos otros componentes y acabamos
relegando en un rincón el Evangelio de Jesús. No nos podemos quedar simplemente
en eso, en lo que nos emociona; en lo que nos trae bellos recuerdos, en lo que
es bello o en lo que se ha hecho siempre porque entonces pervertimos a la
verdadera tradición, que debe ser dinámica y evolucionar para poder dar
respuestas EVANGELICAS a cada momento y situación.
Puede que sea casualidad, o más bien porque viene de uno de los profesores que más me ha
enseñado, pero precisamente hoy, leía
unas líneas muy interesantes en relación a esto:
Esa gente, que dice creer en Dios, en realidad deposita su fe en todos esos
elementos periféricos, convirtiéndolos en ídolos, mientras que El verdadero Señor, el que está
en el pobre; el que tiene hambre, está solo, enfermo o en la cárcel permanece
olvidado.
Es una trampa con la que todos podemos tropezar, puede ser con una persona
determinada, o una imagen, una experiencia concreta o las piedras de un
edificio… todo son mediaciones, pero no
son Dios. A Él se le conoce, pero no podemos apoderárnoslo; a Él se le busca y
se le sigue; jamás se le puede encerrar.
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