jueves, 7 de junio de 2012

7 de junio. ¿DÓNDE?


Con frecuencia me encuentro ante la complicada situación de tener que hablar de mi fe y mis motivaciones con gente que dice ser creyente pero que desconoce profundamente el Evangelio; tratar de dialogar con la osadía de la ignorancia me suele colocar en un callejón de difícil salida; porque el que piensa que sabe lo que no sabe, se cree con la autoridad de juzgar, exigir y opinar sobre terrenos que ignora por completo.

La fe es algo muy complejo y sumamente íntimo; tanto que se compone de multitud de experiencias, recuerdos, sentimientos muy personales. Muchos de ellos están directamente relacionados con nuestra experiencia de Dios, con nuestra relación con Él pero otros muchos son culturales, artísticos, sensibles o afectivos.

Es inevitable, porque somos humanos,  hemos de expresar y compartir lo que vivimos con Dios y, necesariamente,  tenemos que hacerlo a través de la cultura y los medios en los que estamos inmersos.

Nuestras tradiciones y costumbres tienen sentido en un contexto determinado y, con frecuencia, nos permiten llegar hasta Dios.

El problema es cuando vamos absolutizando esos otros componentes y acabamos relegando en un rincón el Evangelio de Jesús. No nos podemos quedar simplemente en eso, en lo que nos emociona; en lo que nos trae bellos recuerdos, en lo que es bello o en lo que se ha hecho siempre porque entonces pervertimos a la verdadera tradición, que debe ser dinámica y evolucionar para poder dar respuestas EVANGELICAS a cada momento y situación.

Puede que sea casualidad, o más bien porque viene  de uno de los profesores que más me ha enseñado, pero  precisamente hoy, leía unas líneas muy interesantes en relación a esto:





Esa gente, que dice creer en Dios, en realidad deposita su fe en todos esos elementos periféricos, convirtiéndolos en ídolos,  mientras que El verdadero Señor, el que está en el pobre; el que tiene hambre, está solo, enfermo o en la cárcel permanece olvidado.

Es una trampa con la que todos podemos tropezar, puede ser con una persona determinada, o una imagen, una experiencia concreta o las piedras de un edificio…  todo son mediaciones, pero no son Dios. A Él se le conoce, pero no podemos apoderárnoslo; a Él se le busca y se le sigue; jamás se le puede encerrar.

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