miércoles, 20 de marzo de 2013

20 de marzo. MIRA


Estoy saliendo de un proceso gripal que me ha tenido fastidiado estos dos últimos días, ¡otra vez los virus dichosos!

Últimamente, no sé si será la edad que uno ya va teniendo, me estoy poniendo enfermo con cierta frecuencia… puede que también sea el organismo humano que es muy sabio y sabe obligarnos a reposar de cuando en cuando.

Como otras veces, la enfermedad ha entorpecido mis planes, tengo mucho por hacer y ya no podré seguir el ritmo que me había marcado… pero, también, me ha ofrecido la  posibilidad de parame a pensar y hacer una oración más profunda y continuada que la que habitualmente puedo tener.

Y es curiosa la perspectiva que, acerca de todo, te regala la debilidad. Te ves en la necesidad de soltar las riendas, de aparcar lo que creías que era ineludible; recuerdas que no eres inagotable o todo poderoso, tienes especialmente presente lo muy necesitado que te sientes de Dios y los demás… y hay que esperar… dejar que sea Él quien marque los tiempos.

En estos días, he aprovechado para ponerme bajo la mirada de Dios; para observarme en sus ojos, para dejarme hablar e iluminar por ellos…

Tenía la sensación de que Jesús sonreía (la sonrisa más auténtica es la que se dibuja en los ojos) ante mis esfuerzos inútiles por abarcarlo todo, por estar en todas partes, por querer hacerlo todo y bien… por todos los batacazos que me pego en esa inconsciente empresa.

Yo respondía con expresión desesperada, como diciendo “es que hay tanto por hacer y todo me parece tan importante, tan urgente….” Pero no aprendo, se me olvida continuamente mi tremenda incapacidad para casi todo; la fuerza que aún tienen en mí otros intereses que no son los tuyos; lo pequeño que soy frente a la inmensa vocación que he recibido…
 
 

Y ahí seguía esa mirada de Jesús, derramando su alegre compasión: te basta mi Gracia; tú solo déjame a mí….

El resfriado ha sido esa conversación silenciosa que se repetía una y otra vez, pero más profunda en cada ocasión.

Ahora empiezo a estar mejor y supongo que mañana retomaré el ritmo cotidiano y pienso que lo voy a hacer con la serenidad renovada; volvemos a empezar ¡de nuevo! A ver si, aunque sea muy despacito, vamos aprendiendo a dejarle hacer, a “dejarnos hacer”.

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