sábado, 22 de enero de 2011

21 de enero.FELICIDADES, CON PERDÓN.

Esta noche tengo los ojos como chupes, me he pasado casi todo el día delante del ordenador, acabando un cartel que me encargaron y que ya va con retraso.

Al ponerme a escribir, pensaba admitir que había sido un día un poco “seco”, de esos que te encierras a currar y ya está; de los que te dan la impresión que no ha pasado gran cosa; pero enseguida me he dado cuenta de que nada de eso… la misa de esta mañana, las conversaciones en la puerta con la gente; también he estado unas horas echándole una mano a mi amiga con el escáner; la comida con mi comunidad; he acompañado a la estación a un hermano que marchaba a despedirse de su hermana que ya está muy enferma; unas conversaciones fraternas por teléfono y el Skipe; he recibido un mensaje abrumadoramente bonito en Facebook…

¡De seco nada! ¡Si todo el día ha estado impregnado de buena gente! Esto me lleva a pensar que tengo que seguir aprendiendo a valorar más lo que Dios me ha dado. No tengo un pavo, ni soy nadie, pero mi vida está cuajada de rostros, de personas, ¡de felicidad!

Tengo una amiga, esa de la que algún día escribiré, que siempre se mete conmigo porque dice que no puedo ser tan rabiosamente feliz, que no se lo cree. En ese sentido, un hermano de comunidad comentaba durante la comida que, ayer en una charla a la que asistió, el conferenciante pedía disculpas por ser un hombre feliz en los tiempos que corren…

Y es verdad, quizás para mi sea muy sencillo ser feliz porque no tengo responsabilidades familiares, ni paro o hipotecas, ni graves problemas de salud (¡creo!)… es posible que mis elecciones, mis sacrificios, problemas y preocupaciones sean más llevaderos… puede ser que debiera darme pudor proclamar que me siento tan lleno, alegre y feliz.

Pero me acuerdo ahora de un fraile de Madrid que, en un encuentro del Movimiento Juvenil Dominicano al que fui cuando estaba en la formación, dijo algo que me impactó: que era precisamente eso, un hombre completamente feliz.

Por aquél entonces yo andaba completamente obcecado con las limitaciones y errores que veía en la Iglesia, en mi Orden, en el mundo; llorando todo el santo día porque en mi convento o en la Provincia las cosas no eran como yo creía que deberían ser. Aquella frase me descolocó por completo.

¿Cómo podía sentirse así tal y como estaba “el patio”? ¿Es que no veía todas las miserias de alrededor? Ese hermano no tiene un pelo de tonto ni ha sido nunca “corto de vista” precisamente, por el contrario. Hablo de un hombre con iniciativas, que se deja el pellejo por crear nuevos espacios, por abrir puertas, por los más insignificantes… En aquél momento no saqué muchas conclusiones, pero esa declaración me esperanzó y se me quedó dentro.

Ya han pasado varios años desde entonces, en este tiempo me he dado batacazos muy gordos, me he levantado y me la he vuelto a pegar; he tenido que tragarme mi orgullo y pedir ayuda desesperadamente, la he encontrado siempre; he conocido muchas realidades; he palpado las múltiples caras del dolor, me han visitado la confianza y la decepción…   he aprendido muchas lecciones, muchas más de las que me podía imaginar (¡quién me iba a decir a mí que era tan borrico!); y sé que  necesito seguir formándome, que aún me faltan mucho que descubrir. El caso es que, sin saber explicar muy bien cómo, resulta que ahora yo también soy un hombre muy, muy feliz.

Las situaciones, las vergüenzas, las sombras son las mismas que ayer… no han cambiado gran cosa, y las veo, las reconozco y sufro por ellas pero eso no es incompatible con mi felicidad. El error estaba en lo que yo pretendía alcanzar, una situación ideal, donde no hay nada que te duela, te preocupe o te dé miedo; eso, claro, es absurdo e imposible.

Mi felicidad es otra cosa, creo que reside en la misericordia de un Dios que me quiere con todas mis flaquezas y que me ofrece la posibilidad de embarrarme con las de los otros y también de adornarme con sus claridades. Algo que ha ido creciendo a la vez que esa confianza, con cada apuesta, en cada paso, en los aciertos y en las equivocaciones; que te va invadiendo conforme tú pones orden y le dejas espacio en tu vida. El día en que hice mis votos, profesé precisamente eso: Ser feliz y llevar a todos esa felicidad.


No. No puede darme vergüenza sentir y vivir mi propia vocación, la llamada a la felicidad, a la que estamos invitados todos los que, entre valles y montañas, queremos seguir al Señor Jesús.

Como aquél buen fraile de Madrid, tenemos que proclamar con sinceridad que existe una felicidad grande y profunda que es más fuerte que la crisis, la injusticia, la violencia… que nosotros somos felices, serlo junto a quien no sepa y alimentar la esperanza; ¿qué Evangelio anunciamos si no? ¿Cuál es la buena noticia? ¿Para qué una Iglesia? ¿Qué pintamos en un convento?

2 comentarios:

  1. Esta misma tarde he leído un correo de Buenas Noticias para la reflexión. La última de ellas dice así: "Sucedió que un incendio pavoroso se desató en un bosque. Y sucedió entonces que un pequeño gorrión-saeta iba una y otra vez al río, mojaba sus alas y volaba al bosque para sacudir sus alas y así cayeran sobre el fuego unas gotas de agua. Así, sin tregua, todo el día en ese empeño. “Unas simples gotitas de agua nada pueden hacer contra un gigantesco incendio” —se mofaron los dioses. “Este bosque me ha dado todo y yo le lanzaré mis gotas de amor hasta el final” —contestó el gorrión".

    Un gorrión feliz, al fin y al cabo. Porque sabe quién es y a quién debe su existencia, ¿no?

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  2. Yo también quiero decir: "soy feliz, con perdón"...cuando acaba el día no puedo entregarme a Morfeo sin dar gracias a Dios. Mis padres me enseñaron desde pequeña a sacar siempre la lección positiva de todo lo que me pasaba cada día. Y yo daba gracias por lo "bueno". Con los años me doy cuenta que en esa oración diaria doy gracias por lo que creía "malo" cuando era pequeña... y es que en los momentos de dolor, en los momentos de lucha, en los momentos de debilidad, de dificultad, de impotencia, de asumir errores, de pegarme batacazos...es cuando más valoro la felicidad que me ofrece Dios y su manera de vivir. Es cuando doy las gracias por tener siempre a alguien a mi lado que me sonría, que me "sople la herida que tanto escuece", que me grabe en su memoria y pida esa noche por lo que tanto me preocupa, que me ayude aunque el problema no tiene solución y me acompañe en el mal trago, que me diga que he obrado bien aunque las cosas hayan salido mal, que me recuerde que los valores cristianos son los que hacen sentirte realmente feliz.... conozco mucha gente, de distintos ambientes, creencias, ideologías... hay muy poca gente que refleje felicidad por sentirse queridos. ¿Qué mas necesitamos? Sienten felicidad por tener, por querer ser, por alcanzar... Lo que más felicidad me da a mí no es el camino que tenga sino las personas que me acompañan... Y TÚ siempre estás conmigo y has puesto personas en mi vida que me llenan de TU AMOR. Gracias, con perdón...

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