domingo, 6 de febrero de 2011

6 de febrero. ALEGRÍA

6 de febrero. ALEGRÍA

Hemos tenido un fin de semana de escándalo, con cielos azules, un Sol radiante y una temperatura extraordinaria. Han sido dos días de esos de pasártelos enteritos en la calle (el que haya podido, claro), con gente querida y una cervecita fresca; en los que el ambiente te dibuja una sonrisa en la cara y la ciudad está más alegre que nuca.

Y el Evangelio de hoy era precisamente ese, la sal y la luz. Somos sabor, gusto, claridad, alegría… no es una posibilidad ni una invitación, es lo que somos ya y de verdad.

Conocemos el amor de un Dios apasionado por nosotros, somos testigos de la resurrección, de la fuerza de ese amor… ¡Anunciamos la buena noticia! Y eso sólo puede hacerse desde la alegría, si no, tendríamos la misma credibilidad de alguien que, con mucho sobrepeso, nos quisiera vender un régimen de adelgazamiento.

Por eso hoy, el dibujo es un estallido de alegría en Cristo; una explosión de pequeños granos de sal y de estrellas de luz.

























Verdaderamente son muchas las razones de nuestra alegría, más allá de los problemas, las dificultades y los callejones sin salida… (puede que incluso en esas situaciones es donde más resplandezca nuestra luz y se deguste  el sabor): Dios cuenta con nosotros y hace posible en nuestra vida esas espirales que, como el Reino, parten de un punto para expandirse y acaban ocupando todo el espacio; las huellas del camino recorrido y siempre acompañado; el fruto que, incluso sin saberlo ha florecido de esa andadura; el que sabemos que Dios hará florecer mañana…

Y es que es verdad, ¡ya somos sal y luz! Lo hemos sido siempre, aunque la mayor parte de las veces ni nos enteramos del gustillo o la claridad que hemos podido suponer a los otros. A fin de cuentas lo nuestro es sembrar y no la cosecha, que eso es cosa de Dios.

Lo somos cuando no nos cerramos a nuestra propia carne, cuando al mirar a otra persona somos capaces de ver carne de nuestra carne; alegría de nuestras alegrías y dolor de nuestro dolor… al ser capaces de compartir de verdad todo lo nuestro, cuando se da el encuentro con el ser humano y formamos esas especies de “células de dos núcleos” del dibujo.

Y hay que seguir siéndolo poco a poco, conseguir que esa alegría contagie cada día más y mejor…. Si la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán? No se puede, nada ni nadie puede ofrecer al mundo el gusto o la luz que nosotros dejemos de dar. El sabor y la alegría de Dios.

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