lunes, 14 de febrero de 2011

13 de febrero. LEGADO

Hoy es el cumpleaños de mi superior, un hombre con una vida repleta de compromiso, de trabajo y de honestidad por el evangelio… es un hermano “todo corazón”. Yo me felicito con él, por su vida y su vocación.

 Esto se une a que, hace unos días, recibí un regalito que, sin venir a cuento, me enviaba un fraile mayor; una de las personas de la que más he aprendido. A pesar de que tiene ya ochenta y tantos años y más de un problema de salud, es increíble la cantidad actividad que realiza; la apertura de su mente y la cercanía con todo el mundo, el gran número de personas que mueve. Llama especialmente la atención lo que los más jóvenes lo quieren y respetan. Yo también lo quiero muchísimo y siempre estaré en deuda con él.

Así que estoy pensando en mis mayores; en todos los que escucharon y acogieron la invitación del Señor antes que yo. Gracias a ellos, a su entrega, la Iglesia y la orden han dado sus frutos a lo largo de los siglos.

Vivimos en una sociedad en la que la juventud se idealiza. Hacemos lo imposible por parecerlo, por retener los primeros años; nos halaga que nos digan que parecemos más jóvenes de lo que somos y se prioriza a los más jóvenes de cara a la galería; mientras que a los mayores se les esconde; nos olvidamos de ellos.

Evidentemente, no tengo nada en contra de la juventud; todo lo contrario, es a lo que dedico la mayor parte de mi tiempo e ilusiones. Es la situación respecto a los mayores lo que no me gusta… el desequilibrio.

Uno, que ya va teniendo una edad media, ya va sintiendo en sus propias carnes el que los que vienen detrás se olviden de lo mucho o poco que las generaciones anteriores han  podido hacer por ellos; que se crean que sus opiniones ya no les valen y las desprecien; que se empeñen en estrellarse contra los muros de los que tú les previenes… a lo mejor es por eso que mi perspectiva va cambiando con el tiempo… y te das cuenta de que tú has sido muy idiota, que también hiciste lo mismo, que no valoraste adecuadamente lo que te enseñaba la experiencia de tus predecesores… ¡lo que es la vida!

El caso es que, a día de hoy, disfruto como un mono compartiendo con los frailes y familiares más veteranos; aprendiendo las historias que explican nuestro presente y desde las que nace el futuro de todos; dejando que la sabiduría acumulada con sus aciertos y errores iluminen mi camino; orgulloso de su fidelidad y acogiendo el ejemplo de quien lleva tantos años de darse.

Un proyecto que pretende hacer borrón y cuenta nueva, que no tiene en cuenta su historia, a los más experimentados… a sus mayores está condenado al fracaso; tanto como aquél que se cierra a la fuerza, novedad e ilusión de los más jóvenes.  

La presencia y la consideración a las canas, en armonía con la juventud,  tanto a  nivel de la familia, la política, la sociedad o la religión, son señal de riqueza y garantía del verdadero progreso.

Mi dibujo de esta noche representa a “la tradición”, compuesta por dos mujeres. Una anciana de pelo blanco, vestida del oro de la experiencia; unas pepitas de sabiduría que brotan entre las espinas del error y lo sufrido, y las flores de la fertilidad y lo disfrutado; junto a ella, otra joven con cabellos de fuego, el de la pasión; lleva un manto de llamas verdes de esperanza y estrellas de ilusión.

Juntas sostienen una cruz, como un testigo, porque la verdadera tradición cristiana está viva, es dinámica. Está compuesta de personas que tienen un corazón por cabeza: Es el símbolo del pueblo de Dios que camina por las sendas del Evangelio y que irradian su luz a toda la humanidad.


Esta noche mi oración es por mis mayores, el rostro cercano de esa tradición que he recibido; una plegaria de homenaje y gratitud por todas esas vidas de lucha, de trabajo y amor entregado, sin las cuales ni seríamos quienes somos ni estaríamos aquí…ninguno.

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