domingo, 8 de enero de 2012

8 de enero. AHOGARSE O RENACER

Hoy se acaba el tiempo de Navidad, esta Navidad extraña, diferente a todas las demás…. Puede que más auténtica que  ninguna…

Nos despedimos de las fiestas con el bautismo del Señor, con el acontecimiento con el que se inicia la vida pública de Jesús,  el gesto con el que Él acepta –ante todos- su propia vocación.

Yo siempre intento llevar la Palabra a mi vida, trato de identificar en mi historia cada experiencia, para poder entender lo que la escritura comunica; para descubrir lo que aún es posible, lo que me falta por vivir y aprender.



Así que, el día de hoy, siempre me devuelve a la época del amor primero; a la pasión inicial a la que no le importaba nada más que aquél amor; a las infinitas dudas y miedos que me asaltaron entonces.



Me gusta pensar en ese Jesús, humano como yo, que también pasó por todos esos sentimientos, que –como hice yo- le preguntaba al Padre si estaba seguro de lo que pedía, je, je… en un Señor que se arriesga por Dios y que, en cada paso que da, va encontrando luz y encontrándose a sí mismo, como me sucedió a mí.



Y no puedo decir con sinceridad que ya haya dado una respuesta definitiva, claro está… todavía son muchas las parcelas de mi vida y de mi ser que aún no han dicho que sí; pero tampoco sería justo –ni conmigo ni con Dios- el no reconocer que lo estoy intentando, que en muchos sentidos sí que he dado mi contestación y que en ella, ha resplandecido también la respuesta de mi Dios.




El bautismo del Señor nos presenta a un Jesús que no estaba predestinado, que acepta la invitación de Dios desde su libertad, a pesar de los temores y la inseguridad; como podemos hacerlo cada uno de nosotros.



Y, como suele pasar en las cosas de Dios, la cosa no se ve clara a priori, sino después de haber optado desde la fe; en las aguas del Jordán se hunden todos los recelos  y objeciones que existían y es entonces, en la apuesta ya hecha por Dios y por la propia vocación, cuando se abren los cielos; se rompe la aparente lejanía de Dios; cuando se oye con claridad su voz y nos muestra quienes somos; cuando  empezamos a ver nuestra propia identidad.



Desde ahí es como yo quiero vivirlo, como un “sí” completamente nuevo. No quiero acostumbrarme a ser creyente, ni fraile o sacerdote, porque entonces, los cielos vuelven –poco a poco- a cerrarse y los miedos y falsas seguridades vuelven con fuerza a la superficie; empiezan a sonar de nuevo los ruidos que distorsionan la voz de Dios.

Porque todos, en mayor o menos medida, ya le hemos dicho que sí al Señor; lo malo es que pensemos que ya está todo hecho y vivamos la fe como un elemento más de la vida; algo que celebramos y a lo que recurrimos cuando es necesario, pero no como el motor que desestabiliza nuestra vida para darle autentica estabilidad.

En cada uno de nosotros, en nuestros entornos, en las familias, los amigos y compañeros, en las comunidades parroquiales o religiosas, en esta iglesia nuestra; quedan muchos espacios que se asfixian en el aburrimiento; que pueden y tienen que ser de otra forma y que reclaman esa novedad; que nos piden una renovación de nuestras respuestas.

Después de todo lo vivido, rezado y celebrado esta navidad, es un momento ideal para hacerlo, para volver a abrirnos al Espíritu que recibimos en nuestro bautismo; para recordar y actualizar que, desde entonces, estamos adheridos al “sí” de Jesús; para sacudirnos las telarañas y el polvo de los caminos y seguir adelante, arriesgando, entregándonos, dejándonos transformar… VIVENDO  de verdad

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