viernes, 13 de enero de 2012

13 de enero. DEL DICHO AL HECHO

Esta mañana, he estado compartiendo unos momentos muy emotivos, con unas religiosas que despedían a una de sus hermanas, que marcha a África de misión. Durante la eucaristía de envío, pensaba en todas las experiencias que, recientemente, con el fin de las vacaciones y la vuelta a la normalidad,  estoy pudiendo vivir… y es que, estos últimos días están resultando muy intensos.



Es como si el mismo ritmo de la vida, su propia dinámica, me recordara  que no se puede dormir uno en los laureles de las metas alcanzadas, de los dolores superados o las satisfacciones celebradas; que es preciso seguir, porque aún quedan muchas necesidades, retos y hermosuras por venir. Los mismos Evangelios de estos primeros días del tiempo ordinario nos muestran como Jesús, inmediatamente, comenzó a servir, sanar, liberar … a amar.




Es el tiempo de poner en práctica los proyectos, de luchar por tu esperanza, de intentar crecer y superarse… pero también – y por eso mismo-  el momento de los fracasos y las debilidades…


Ya se me han ido al traste varios de mis buenos propósitos y otros se me presentan más duros de lo que parecían. Así que, una vez más me asaltan, no sé si las inseguridades o las excusas… el saber que no siempre hago las cosas bien, que no llego a muchas circunstancias, que me equivoco y son demasiadas mis omisiones.



Es lo normal, claro, lo que suele pasar con casi todas nuestras buenas intenciones, que se desintegran estampadas contra el muro de la realidad; eso ya lo sabía. Pero ante eso hay dos opciones; la de conformarme e instalarme en la decepción y dejar mi vida y mi fe como están, sin que las pasadas navidades ni nada les afecte o la de seguir dándome trompazos contra esa pared que no está fuera, sino que, en el fondo, soy yo mismo.

Evidentemente, me quiero quedar con la segunda porque la otra es una condena al aburrimiento y el ahogo. Muchas de mis barreras permanecerán ahí, inmutables de momento; pero sé que muchas otras caerán; que podré derribarlas si aprendo a embestirlas bien.


En definitiva, lo importante no es que me salga con la mía, que se cumplan una serie de objetivos marcados en una lista; lo que quiero es ser capaz de poner todo el corazón en cada cosa que haga; en lo que soy; en todo lo que diga… así es como permitimos que Dios entre en todo eso; lo demás ya es cosa suya.

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