Me he tomado más días de vacaciones de los que quería, lo reconozco, pero es que en estas fechas, no he podido evitar el dejarme arrastrar por la tradición de “encargarle “a los reyes, regalos para la familia… siempre lo hace mi hermana, pero como este año estamos embarazados, pues me he ido con ella y, al menos, ¡cargaba con las bolsas!
Tampoco he hecho nada para resistirme, me encanta la fiesta de los reyes magos, ver la ilusión brillando en los ojos de los niños; la magia que hace que en los adultos venza el niño que, nos guste o no, todos seguimos siendo.
Era asombrosa la cantidad de gente que atestaba las calles y los comercios, todos con prisas, cargados de bolsas; algunos agobiados porque no encontraban lo buscado; otros indecisos; tampoco faltaban los malhumorados que contestaban mal, o se peleaban con otro por un regalo o el puesto en la cola de la caja…
Como la vida misma, pensaba yo, borracho de multitud en medio de aquella marea humana. Todos caminamos por esta tierra, más o menos conscientes de que lo hacemos temporalmente; todos buscamos algo, a veces lo sabemos, otras no está muy claro o, incluso no tenemos ni idea de lo que anhela nuestro corazón…
Si hiciésemos una encuesta, posiblemente las respuestas serían muy variadas: Que ¿qué busco en la vida?, unos dirían paz, salud, amor, seguridad, o fuerza, consuelo, esperanza, un sentido… qué se yo…
Ahora empezaremos a retirar de los hogares los belenes y adornos navideños, hasta el año próximo, si Dios quiere; pero no se nos puede olvidar que acabamos de celebrar (todavía estamos en ello) que ha venido al mundo Aquél en quien está todo aquello por lo que suspira nuestro ser; que en Él se concentra todo aquello que necesitamos y que es posible encontrarlo, acogerlo y vivirlo.
Ese "Dios con nosotros" se manifiesta a todos los hombres y mujeres, estén donde estén, más allá de sus historias de aciertos y errores, sean como sean… cada uno de nosotros, podemos hacer como los magos de oriente: ponernos en camino, sin reparar en distancias o esfuerzos; abandonar las comodidades, lo sabido, la rutina y empezar a movernos, a caminar en el riesgo de amar… en cuanto lo hagamos, brillará en nuestro interior esa luz, esa estrella del corazón que te indica el camino; la claridad de Dios que nos hace saber que “vamos bien”.
Eso es lo que yo le he pedido a los reyes para todos, que dejemos que nuestros ojos se espabilen, que los oídos se nos desatasquen, que las manos se nos abran, que los pies se desnuden, que se nos despierte el alma y el corazón; para poder ver la estrella de Dios y que sólo ella sea la que nos guíe.
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